en que lo parasen sin equivocarse en ninguno de ellos.
La pretensión del andaluz parecía en esceso exagerada para que no fuese admitida; en efecto, le vendaron los ojos, le hicieron dar algunas vueltas para desorientarlo, y después deteniéndose de repente, le preguntaron:
— ¿En dónde estás?
— Delante de una taberna.
Indudablemente acertó, porque siguieron dando vueltas, hasta que después de algunos pasos se detuvieron en otro punto.
— ¿Y ahora?
— Delante de una taberna, replicó el andaluz con aplomo.
— Vencidos estamos, contestó uno, y no se necesitan mas pruebas, porque en el un lado ó en el otro de la calle apenas habrá sitio en que no se venda vino.
Un tesorero tenia en la pierna una llaga que le molestaba mucho y le hacia sufrir horribles dolores, pero sin quejarse; tanto, que admirado el cirujano de su valor, le dijo:
— Estoy asombrado, señor, de que V. no se queje de tan acerbos dolores como es preciso padezca.
El tesorero contestó:
— Todos los dias estoy diciendo ¡no hay! ¡no hay! y siempre tengo la casa llena de gente. Dígame V., amigo mió ¿si por casualidad se me escapase un ¡ay! ¿qué seria?
Teniendo un pobre hombre un hijo de buen ingenio, y muy dado á los estudios, vendió una pequeña posesión que le habia quedado, para que con aquel dinero pudiese el hijo estudiar entonces y