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Página:El libro de los cuentos.djvu/245

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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 245

en que lo parasen sin equivocarse en ninguno de ellos.

La pretensión del andaluz parecía en esceso exagerada para que no fuese admitida; en efecto, le vendaron los ojos, le hicieron dar algunas vueltas para desorientarlo, y después deteniéndose de repente, le preguntaron:

— ¿En dónde estás?

— Delante de una taberna.

Indudablemente acertó, porque siguieron dando vueltas, hasta que después de algunos pasos se detuvieron en otro punto.

— ¿Y ahora?

— Delante de una taberna, replicó el andaluz con aplomo.

— Vencidos estamos, contestó uno, y no se necesitan mas pruebas, porque en el un lado ó en el otro de la calle apenas habrá sitio en que no se venda vino.


El ay del tesorero.

Un tesorero tenia en la pierna una llaga que le molestaba mucho y le hacia sufrir horribles dolores, pero sin quejarse; tanto, que admirado el cirujano de su valor, le dijo:

— Estoy asombrado, señor, de que V. no se queje de tan acerbos dolores como es preciso padezca.

El tesorero contestó:

— Todos los dias estoy diciendo ¡no hay! ¡no hay! y siempre tengo la casa llena de gente. Dígame V., amigo mió ¿si por casualidad se me escapase un ¡ay! ¿qué seria?


El hijo fraile.

Teniendo un pobre hombre un hijo de buen ingenio, y muy dado á los estudios, vendió una pequeña posesión que le habia quedado, para que con aquel dinero pudiese el hijo estudiar entonces y