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EL LIBRO DE LOS CUENTOS. — 257

La negra enfermedad de los celos llegó á tal punto, que puso al pobre marido en el estado de perder la vida, y no encontrando remedio á su dolencia, ni esperanza de consuelo á su cuita, llamó á su mujer y le dijo:

— Oye, Rosalía de mi vida, tal me ha puesto la dolencia queme aflige, que no creo posible escapar de la muerte: hacienda te dejo con qué vivir, y si placer quieres darme por lo mucho que te he querido, solo te ruego que no te cases con ese vecino que tales muestras ha dado de quererte.

— Marido mió, respondió la mujer, así Dios te dé pronto la gloria eterna que tanto te deseo, como me es fácil darte gusto en esta ocasión, porque aunque quisiera casarme con ese que tú dices, no puedo ya, estando como estoy comprometida con otro mejor mozo.


Filipo y la vieja.

Una vieja condenada injustamente en un pleito suplicó á Filipo, rey de Macedonia, que tomase conocimiento de su causa. Filipo la despidió diciendo:

— No tengo tiempo.

— ¿Para qué eres rey, le dijo la vieja, si te falta tiempo para hacer justicia á tus subditos?

Fiiipo quedó admirado de aquella arrogante interpelación; escuchó á la vieja con agrado y le hizo justicia.


La justicia y el puerco.

Litigaban en Asia dos labradores delante de un juez: el uno de ellos le regaló un panal de miel; el otro, que lo supo, le llevó una cesta de huevos. Sabido esto por el primero, volvió con un saco de nueces; y el otro, que era mas rico, no queriendo ser vencido con razones de tanto ruido, le envió un puerco mas que regular.

Estando ya para terminarse la causa, pareciéndo