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62 — BIBLIOTECA DE LA RISA.

que apenas se veían en él, ni con cristales de aumento.

Finada la comida y dadas gracias, el comendador, bajo pena de santa obediencia, mandó esplicar la causa del escándalo.

— Señor, dijo el mas despejado de los novicios; poseo el secreto de hacer hablar á los peces, aunque se hallen escabechados.

— ¡Dios sea con nosotros! esclamó la comunidad, haciéndose cruces.

— ¿Y qué hablaba V. con estos? preguntó el padre comendador.

— Les he pedido noticias de su vida, de sus costumbres, de sus diversiones ; he querido saber si tenian teatros, bailes, juegos, ciudades y conventos. Pero ¡ah, padre nuestro! nada he podido averiguar.

— ¿Cómo es eso?

— Nada te puedo decir de cuanto me preguntas, ha contestado el mayorcito de los mios, con acento quejumbroso y llorón; pregúntalo á nuestros abuelos y á nuestros bisabuelos, los que están en los platos de los padres graves, que ya estaban cansados de vivir y de crecer.

Pero yo, ¿qué puedo decirte, si apenas acabo de nacer?

El padre comendador quiso enojarse, y cuando fué á principiar su reprimenda, prorrumpió en una carcajada.


Un tiro difícil.

Hablándose entre varios cazadores de tiros raros y de heridas poco comunes, un andaluz , que era del oficio, les dijo:

— Nadie ha hecho en este punto lo que yo. De un balazo dejé á una cierva herida en la punta de la oreja derecha y en la pezuña del pié izquierdo.

— No puede ser, no puede ser, esclamaron á la vez los concurrentes. ;Cómo diablos habia de estar esa