tomó todavía dos ó tres pequeños que le regaló un vecino.
— Pero hombre, le dijo su mujer, ¿por qué traes mas perros si no tienes para darles otra cosa que hambre?
— Pues por eso los traigo, dijo el marido; porque no habiendo que darles otra cosa que hambre, cuantos mas sean, á menos les tocará.
Viendo un cojo venir hacia él un jorobado, le dijo para burlarse:
— ¿Traes alguna noticia en la balija?
—Es V., dijo el jorobado con enojo, quien debe saber las noticias, pues anda siempre de un lado para otro.
— Acá, acá, corra, venga V., mi capitán; decia á grandes voces un soldado, porque ya tengo un prisionero.
— Me alegro, me alegro; pero tráele.
— Fs que no puedo, mi capitán.
— ¿Por qué?
— Porque no quiere soltarme.
En un pueblecillo de Francia habia un sacristán muy pillo, que acostumbraba enseñar las reliquias de la iglesia siempre que no podia ser visto por el cura, que le habia echado fuertes reprimendas por las mentiras y engaños que acostumbraba mezclar en sus relaciones al mostrarlas al pueblo.
Lo mas raro de todo lo que decia tener, era un cabello de la Virgen, que puesto á alguna distancia de los espectadores, hacia como que enseñaba, separando poco á poco sus dedos, lo mismo que si corriesen toda, su longitud, y esto con tal aparien