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Traía consigo este cargo deberes incómodos, serviles e indignos de un artista; pero en aquellos tiempos se tenia por mas honrado al que servia de mas cerca á los príncipes, y era el oficio de aposentador, bajo este punto de vista, de los buenos entre los mejores. Desempeñólo Velázquez hasta el fin de su vida; y parte por sus atenciones en palacio, parte por las comisiones que le fueron confiadas de colocar los cuadros traídos de Italia en las galerías del alcázar y los de otros pintores en el monasterio de San Lorenzo, no pintó ya sino algunos retratos de la reina Ana y el famoso lienzo de las Meninas, donde la perspectiva lineal, la aérea, la ciencia del claro oscuro, la del diseño, la del colorido tocaron casi sus límites.

DON DIEGO DE VELÁZQUEZ

Valiéronle las Meninas, según fama, la última y mas alta distinción que recibió en su vida, la cruz de Santiago. Admirado el rey del efecto de aquel lienzo, dicen que cogió el pincel y la paleta, y lleno de entusiasmo, juntó aquella cruz en el pecho de la figura del artista que es una de las principales del cuadro. Si asi fue, no cabe por lo menos duda en que tanta magnanimidad no bastó para que Velázquez fuese, nombrado caballero. Tuvo que acreditar antes su nobleza; y por no ser suficientes las pruebas y documentos que adujo, impetrar de Alejandro VII una bula que no llegó á Madrid sino tres años después de concluidas las Meninas, cuando estaba ya muy entrado el de 1659. Celebróse el acto de su admisión en la Orden el de 29 de noviembre, en que le fue padrino el marqués de Malpica y le confirió las insignias el conde de Niebla.

Cuatro meses después tuvo que trasladarse nuestro artista á la frontera de Francia. Acababa de ajustarse la paz de los Pirineos, tan fatal para España; y se esperaba en la isla de los Faisanes á Luis XIV, que había de venir por la mano de la infanta María Teresa. Velázquez fue el encargado de dirigir en la isla la construcción del edificio donde debían verse y alojarse las dos familias reales. Cumplió su cometido, y figuró en aquellas suntuosas fiestas como uno de los caballeros mas notables de la corte de Castilla. Lozano aun, de cara agraciada y espresiva, de porte hidalgo, llamó la atención no menos por su figura que por la reputación de que gozaba. Vestía sobre una casaca ricamente bordada, una capa corta sobre que se destacaba una preciosa gorguera. Llevaba en la capa la cruz de Santiago, al cuello las insignias de la Orden que pendían de una cadena de oro y diamantes, en el cinto una espada con la empuñadura de plata y la vaina cincelada. Calzón y calceta de seda negra y unos lujosos zapatos completaban su trage.

Fueron aquellas jornadas verdaderos días de gloria para Velázquez; lo fueron todas las de su tránsito por las ciudades de Castilla que fue recorriendo lentamente con Felipe IV.

Llego á Madrid y murió. El 6 de agosto del mismo año 1660 era ya cadáver. Estuvo dos dias de cuerpo presente. Fue objeto de funerales espléndidos en la parroquia de San Juan, que ya no existe. Halló su tumba en la capilla de los Fuensalidas.

Hoy, causa rubor decirlo, se ignora donde descansan sus cenizas.

El grabado que trasladamos aquí está tomado de uno de sus mejores retratos, el de un enano de la corte de Felipe que se halla en el Real Museo de pinturas.

F. P. M.

CUADRO DE VELAZQUEZ. (DIBUJADO POR D. A. PEREA. )


COVADONGA.

Singular placer esperimenta el hombre en remontar el curso de los ríos hasta llegar á su origen y contemplar cómo una piedrezuela entorpece la marcha del humilde raudal que sustenta luego poderosas naves y desbarata sin esfuerzo los diques mas sólidamente construidos. Muy semejante es la satisfacción que nos proporciona el estudio del comienzo de los grandes imperios, y nuestra soberbia se goza en ver á la Roma de Augusto amamantándose en el seno de una loba, y á la España de Carlos V escondida en el hueco de una peña. En la cuna de los Estados se sorprende siempre el germen de sus cualidades distintivas y rasgos mas característicos.

Los historiadores hallarán en las diversas vicisitudes del Imperio Romano algo de la rapacidad de la nodriza de Rómulo y Remo, y en la monarquía de Isabel la Católica se distinguirá en todos tiempos la sencilla fe que animó á Pelayo en Covadonga.

¿Quién fue Pelayo? ¿A qué debe Covadonga su celebridad?

Podrán contestar hoy á estas preguntas el patán mas rústico, el niño que haya pisado una vez las aulas en España, y sin embargo, á estas preguntas responde con un silencio glacial, el único historiador contemporáneo de Pelayo y del levantamiento de Covadonga. Algunos críticos que pretenden ser mas sabios cuanto mas se apartan de las opiniones vulgares, fundados en el silencio de Isidoro de Reja, han creido que Pelayo es un mito, y Covadonga un paraje semifantástico semejante al palacio encantado de Toledo en que Rodrigo vio pintadas las gentes que habían de destruir la monarquía goda. Con todo, la existencia de Pelayo y la victoria por él obtenida contra los infieles son hechos completamente demostrados, no solo por la tradición, sino por los historiadores árabes de la época. El silencio del Pacense prueba solo que los escritores coetáneos no suelen apreciar debidamente la importancia de los sucesos que pasan delante de sus ojos.

El historiador que en sus ligeros apuntes omite el nombre de Pelayo y deja pasar inadvertido el levantamiento de Asturias, es el mismo que se detiene en pintar el estado tributario que á costa de vergonzosas paces y de indignas alianzas sostuvieron en la parte oriental de la Bética, Teodomiro y Atanagildo. Proclamado el primero sucesor de Rodrigo por los soldados que huyeron de la matanza del Guadalete, él era sin duda para Isidoro el eslabón que había de enlazar con los siglos venideros la cadena de la monarquía goda, y desdeñó quizás á los que, á modo de foragidos, levantaban en escondidas breñas el estandarte de la religión y la independencia.