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tanto no puede ser duradero, ó una frialdad inconce bible. Es que no liemos dado con la fórmula. Y á propósito de teatros. Ya tenemos el ansiado decreto , tan conciso como expresivo , que establece la libertad de teatros. Ya se acabó aquella protección dis pensada á lo que se llamaba un arte extranjero, con perjuicio del arte nacional. ¿Tendremos en lo sucesivo opera italiana? Asunto curioso es sin duda alguna el de adivinar cómo puede concillarse que los habitantes de Madrid paguen por una luneta en el teatro de Orien te una suma insignificante en comparación á la que se paga en las demás capitales de Europa , y sin embargo tengan derecho á oir a la Nilsson, Patti, ilma de Murska, Paulina Lucca y otras cantatrices de primer orden, con artistas á igual altura del sexo feo. Y ello el pro blema ha de resolverse antes de mucho. Nosotros com prendemos que donde se paga ocho rublos por una lu neta como en San Petersburgo , con el item de una decente subvención por parte del gobierno, haya siem pre artistas de primo cartello. Comprendemos también que donde se paga libra y media esterlinas por igual localidad, como sucede en Lóndres, con la subvención nacional de 3.000,000 de habitantes, haya empresarios que contraten á las primeras celebridades de la época; Íiero vemos el problema algo insoluble en España si os filarmónicos no cejan en una de sus dos pretensio nes. De todos modos, preferible es la libertada la odio sidad de los privilegios, y cuando el español pueda es cuchar á los famosos ruiseñores de la época, dirá como Sancho: «si buena ópera me dan, buenos azotes me cuesta.» Casi todos los periódicos de Madrid han hablado es tos dias de los nuevos datos hallados en nuestros ar chivos por Mr. Beugeuroth, respecto al cautiverio y lo cura de doña Juana, de los que resulta, que la viuda de Felipe el Hermoso no era loca , sino que su demencia fue la enfermedad que entonces se llamaba heregia, y que para motivar la prisión á que se la condenó, se hi zo divulgar la noticia de que estaba demente. Nos otros no negamos que haya razones de dudar de la ver sión hasta nosotros transmitida tocante al destino de esta infeliz princesa ; pero no estamos por dar todo cré dito á la versión nueva, creyendo que en este asunto existe todavía la misma oscuridad y confusión que ha ce años existia sobre el del malhadado príncipe don Carlos. La sociedad que trata de establecerse con el título de Liga de la enseñanza , celebró ya su sesión prepa ratoria para elegir la junta directiva, en cuyo acto pro nunció un notable y luminoso discurso el rector de la Universidad Central, encareciendo la importancia de estas asociaciones. No dudamos de que existiendo en las demás capitales y pueblos de provincia la misma falta de instrucción en las clases trabajadoras y menes terosas, se instituyan idénticas asociaciones, no olvi dando la conveniencia de establecer bibliotecas para los obreros donde se reúnan manuales y tratados propios para que se ilustren en sus respectivos oficios y profe siones. Nicolás Díaz Benjumea.

REVOLUCION MORAL. Nunca acabaremos de comprender la perseverancia con que en nuestra perturbada sociedad, por efecto de tendencias avasalladoras, se mantiene el imperio de la injusticia. No parece sino que el órden social debe tra ducirse por guerra, según el encarnizarmiento con que el hombre lucha con sus semejantes, desarrollando con imponente monstruosidad la ley del mas fuerte. Un hecho reciente, nacido ai calor de las ideas revo lucionarias que hoy dominan , viene á ser elocuente , testimonio de esa triste verdad. Quizá no haya un pais en toda Europa donde mas ol vidada se encuentre la mujer, ni mas indiferente sea su porvenir , que España. Aquí la mujer tiene por todo destino el matrimonio. No hay para ella carrera, ocu pación, arte, oficio ni empleo de su inteligencia. La que no obtiene, como un favor de la suerte, la conquista de un marido, languidece en la soledad y consume el res to de su existencia en el ocio de forzado celibato. Sabido es que ni aun para ese único destino, el ma trimonio, se preocupa la sociedad de preparar conve nientemente á la mujer que un día será esposa y madre, y se verá obligada á seguir únicamente las inspiraciones de su corazón para cumplir convenientemente esos altísimos deberes. Sabido es también con cuanto rigor censura la sociedad á la que á ellos falta, no obstante no haber fortalecido su espíritu con los beneficios de una educación conveniente y adecuada. Es una injusticia. Hay un sin número de trabajos en la sociedad que la mujer es capaz de desempeñar, porque son compati bles con la natural debilidad de sus fuerzas, y porque á la vez no perjudican á esa atmósfera de piidor que debe rodear á una jóven como uno de los mas delica dos atractivos de su sexo. ¥ el hombre, con su sobera nía y poder, no tiene por conveniente darle participa ción en esos trabajos, esplotándolos egoísta para su exclusivo beneficio. En el Comercio: ¿A quien no causa grima ver á un

robusto mancebo, rebosando vigor y energía, detrás de un mostrador entregado á la afeminada ocupación de enseñar tules y sedas á damas, elogiar el mérito del dibujo, ponderar la calidad del tejido, y ostentar una locuacidad empalagosa, para sacar partido de la fasci nación y vender á nuen precio la delicada mercancía? Frecuente es en otros países, así como muy raro en el nuestro, ver los escritorios de casas particulares y de fábricas y establecimientos, poblados de hermosas jó venes encargadas de la contabilidad, la administración la correspondencia y el giro. Las ciencias médicas, señaladamente las que se refie ren, á las enfermedades de mujeres y niños, las vemos en el estranjero felizmente desempeñadas por estudio sas jóvenes; lo cual lleva la ventaja de que sin detri mento del pudor puedan ser depositarías de la confian za de sus clientes, que en mas de una ocasión ocultarían á un hombre esos padecimientos y pequeñas molestias inherentes á la condición de su sexo , y cuya confesión es violenta. Hay otras ocupaciones burocráticas , en telégrafos, en correos y otros ramos , muy al alcance de la mujer; y la experiencia , no en España , acredita que sabe esta desempeñarlas con la inteligencia y perfección que el hombre. En las artes : campo inmenso , que la mujer cultiva con,fruto, son la música, la pintura, el grabado, el di bujo y litografía. El que estas líneas traza se honra con la amistad de una excelente madre de familia, que con su esposo é hijos acaba de trasladarse desde Andalucía á esta capital, y es una especialidad en fotografía. De su estudio han salido obras las mas perfectas, tanto en retratos como en soberbias reproducciones de los mas célebres cuadros : y sin temor de equivocarnos , sin apasionamiento ni parcialidad, podemos asegurar que los trabajos de esta distinguida artista no temen la com petencia con ninguno, sin excepción, de los renom brados fotógrafos conocidos en Madrid. Desearíamos que nuestra digna paisana se decidiese á abrir su ga binete al inteligente público de esta villa , cuyo favor se conquistaría muy luego; aun cuando hoy deplora mos que sus propósitos no sean los de entregarse al arte , para justificar plenamente nuestra opinión. Hasta en el arte de imprenta; aquí mismo hemos vis to, á imitación de otros pueblos, un periódico de lite ratura hecho por jóvenes durante algunos meses , en que se hizo por vía de ensayo el aprendizaje de algu nas niñas que habrían llegado á ser cajistas perfectos. Por desgracia, que lealmente lamentamos, vemos que aquí las ocupaciones á que ordinariamente se de dica la mujer del pueblo, y aun algunas de la clase me dia, apenas le rinden un jornal mezquino con que pueda atender á las indispensables necesidades de su perso na. ¿Qué representa el jornal de una costurera, de una guantera? Hay algunas otras labores de aguja con las que una pobre mujer, á pesar de un trabajo asiduo difícilmente obtiene cuatro ó cinco reales al cabo del día ; en tanto que el hombre , en cualquiera de las ocu paciones que tiene usurpadas á la mujer duplica y tri plica el precio del jornal ; sin que por eso entremos á discutir sobre la cuestión magna fie la relación entre el trabajo y su recompensa. De las precedentes reflexiones se desprende la in justicia de que el ser débil mujer es victima, bajo la despótica opresión en que la tiene el otro ser fuerte hombre. Y si una prueba más se necesitase para evidenciar esta verdad , muy reciente tenemos un hecho con que la actual revolución acaba de patentizarnos hasta la exageración el uso y el abuso que de su fuerza hace el hombre en contra del sexo débil. Hablamos de la exclaustración de monjas ; sin ánimo de apreciar con sideraciones de carácter puramente político, estrañas de todo punto á la índole de esta publicación. No está en nuestro propósito hacer una calorosa de fensa de la vida del claustro , cuya época creemos pasó ya ; pero sí vemos que la sociedad lia sido demasiado severa al expulsar de sus modestos asilos á unas pobres mujeres, que á nadie perjudicaban, ni eran obstáculo al planteamiento y desarrollo de las libertades conquis tadas por la revolución. Acaso muchas de ellas buscaron en el recogimiento de la vida conventual un asilo contra la miseria , un albergue contra las persecuciones mundanas, ya que se diera de barato que no las guiase una decidida voca ción. Pero esa sociedad que tan en olvido tiene la con dición y la suerte de la mujer ¿con qué derecho puede entrañar verla entregarse á la práctica de actos religio sos que, si en algún caso van exagerados por el fanatis mo, tienen la disculpa de ese mismo olvido? ¿Puede desconocerse que el corazón de la mujer necesita amar? ¿Y puede estrañarse que cuando esc amor no encuenobjeto digno en el mundo real, ó se ve desdeñado y no comprendido, se eleve en brazos del sentimiento reli gioso en busca de un objeto ideal , fantástico , espiri tual , á consagrarle todo el sentimiento espansivo que no halló entre sus semejantes? No censuramos las razones de conveniencia política que hayan inspirado la medida de exclaustrar á las mon jas ; pero creemos que la sociedad estaba también obli gada á proporcionar ocupación , trabajo y sustento á ésa clase, en el hecho de apartarla del sendero que por

su voluntad había emprendido; porque estamos per suadidos de que la revolución que se limita á destruir, y no avanza a crear en sustitución y ventaja de lo que destruye, ni es revolución ni progreso social; es sen cillamente anarquía, y nos resistimos á creer que aquí haya partidos políticos cuyo ideal pueda ser la anarquía, concediendo a todos rectitud de miras en bien ae la nación . Es evidente ; cuando la sociedad penetra en la índo le de una institución para modificarla, no puede limi tarse á destruir, para lo cual no se necesita sabiduría; sino que tiene ef deber de buscar nueva ocupación á la actividad individual cuya modificación acomete: esto es lógico y justo. En buen hora que altas consideracio nes de Estado hayan aconsejado esa medida de exclaus tración ; respetémoslas ; pero las mas superficiales no ciones de equidad y de justicia exigen compensaciones legítimas á los intereses vulnerados por la determina ción de apartar de su destino á esas mujeres entrega das á la vida contemplativa. El hecho es, que en este acontecimiento, aislada mente considerado, vemos la continuación de las in justicias á que la sociedad actual, un tanto engreída con los adelantos de nuestra civilización, somete á la mujer. Nosotros, sin embargo, creemos que en el órden mora tiene mucho camino que andar todavía nuestra civili zación ; no somos obstinados en negarle su legítima influencia en el bienestar social; esto seria negarse á conocer la evidencia. Lo que únicamente desearíamos, es , que para que sea en realidad reparadora, realzase á la mujer hasta el grado que la corresponde ; que cui dase mas de su educación ; que le abriese el camino del trabajo y de la recompensa. Obrar de otro modo, hacer lo que hasta aquí se ha hecho, es desconocer la significación y la influencia que sobre el corazón del hombre ejerce la esposa , la madre. Y en este caso preciso es nacer ver á la sociedad que no todos los escla vos están en las Antillas ni son gentes de color; que el primer esclavo á quien necesita redimir es esa dul ce mitad del genero humano. C. Brunet.

GIBRALTAR. Las cúestíones que envuelve la mera enunciación de la palabra que nos sirve de epígrafe, son tan varias, que muchas de ellas caen bajo la jurisdicción y tienen su natural asiento en una publicación del carácter de El Museo. Ya en el anterior número habrán visto nues tros lectores cómo la epístola del doctor Thebussem coloca en nuevo terreno la cuestión de Gibraltar , y de tal naturaleza, que sin ser políticos, y sólo con ser es pañoles estamos autorizados para tratarla. Aparte, pues, de la respuesta que antes de mucho daremos á la elu cubración germánica de nuestro respetable amigo, ofrecemos en este número algunas curiosas noticias históricas y bibliográficas, que constituyen los antece dentes y la parte de erudición propia de este debate. Ningún momento fue más oportuno que el presente para echar una ojeada sobre el origen y naturaleza del derecho de los ingleses á la posesión de Gibraltar, dar una breve noticia de los cercos puestos á esta plaza , y ofrecer un epítome bibliográfico comprensivo de las obras más importantes que se conocen referentes á esta antigua y ruidosa contienda. Y decimos que nin guna ocasiones más oportuna, porque no hay día en que no vengan los periódicos de Lóndres, llenos de comu nicados y artículos tratando de la cesión de Gibraltar. Si, pues, los ingleses, á quienes convendría callar, ha blan diariamente de este asunto, ¿con cuánta mayor razón debemos los españoles no perderle de vista? Por lo menos, ya que no pretendamos terciar en la cuestión política y lijar el tiempo, condiciones y bases del arreglo, en nuestro propio departamento y dentro de las condiciones é índole de nuestro semanario, cabe el mostramos celosos españoles , é interesados en que esta cuestión nacional se resuelva lo antes posible, pre sentando los datos históricos y los antecedentes más necesarios para formar una cabal idea de los orígenes, curso y actual estado del asunto. ASPECTO JURÍDICO DE LA CUESTIO!» Dg GIBRALTAR. En las discusiones promovidas á consecuencia de de mandas hechas por el gobierno español, el tono de nuestro lenguaje na sido el propio y correspondiente á quien, fundado en título bastante, reclama lo que le pertenece, y se debe, de razón y de justicia. A su tur no, el de Inglaterra parece haber sido también el que empleara un poseedor de buena fé, con títulos legíti mos para conservar su posesión, y disputarla en dere cho. Acaso en lo sucesivo puedan repetirse estas dis cusiones , y por lo mismo no será inoportuno echar una rápida ojeada sobre estas alegaciones respectivas, teniendo especial cuidado de examinar la cuestión bajo el punto de vista en que ha sido considerada por los ingleses mismos, con lo que no seremos tachados de parcialidad. A la muerte de Carlos II dos extranjeros se presen