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Anunciase que la Sociedad Económica Matritense ha despachado el informe de la comisión nombrada para la Esposicion agrícola é industrial, devolviéndolo a fin de que formule el proyecto de reglamento y la socitud que ha de dirigirse al gobierno pidiendo el permiso correspondiente para realizarla. Mucho celebraremos que se lleve á cabo este pensamiento, que tantos beneficios puede reportar á la agricultura y á la industria españolas.

Algunos jóvenes escritores sevillanos tratan de celebrar reuniones semanales, con el objeto de mantener y fomentar el movimiento literario, empresa digna siempre de aplauso , y mucho mas en nuestros dias, en que el indiferentismo y aun el desden con que se miran esta clase de tareas, agregados a otras causas, amenazan ron una vergonzosa y lamentable decadencia.

El señor Gutiérrez de Alba ha dado orden ;i su representante en Lisboa para que los derechos que como autor debe percibir por las representaciones de su Revista, los reparta íntegros entre los emigrados españoles que mas necesitados se encuentren. Esta conducta merece elogio.

La literatura dramática española atraviesa uno de los períodos mas tristes de que hay memoria. Nuestros teatros se ven desiertos, ó la escasa concurrencia que á ellos asiste lo hace atraída, generalmente, por engendros que nada favorecen a las letras, ó por traducciones y arreglos que no les van en zaga. En cambio, el público llena todas las noches las localidades del Real y de Variedades, donde actúan compañías y se dan espectáculos estranjeros. No nos hará esta última circunstancia deprimir ni á empresas ni á artistas, como lo haríamos sí nos propusiéramos imitar el ejemplo que otros países nos dan, tratándose de nuestras cosas; pero permítasenos siquiera lamentar nuestra falta de patriotismo, ya que juzguemos punto menos que imposible combatir la necia preocupación de que aquí no hay elementos para nada. ¿Cómo han de darse á conocer, si nuestros autores encuentran cerradas todas las puertas, ó si estas sólo se abren á la traducción ramplona de obras detestables, ó á producciones origínales inspiradas, con frecuencia, por la musa décima que, como saben nuestros lectores, es el hambre? Si es cierto que ahora no hay Cervantes ni Calderones, no lo es menos que si los hubiese, ninguno de sus libros y de sus comedias obtendría la milésima parte del favor y de la admiración que la zarzuela estranjera mas desprovista de racionalidad, la zapateta de una bailarina o la ridicula mueca de un tenor adocenado, á quienes, si se permitiera, quizá se les erigiesen altares.

El día 12 del corriente parece ser el señalado para la bendición é inauguración de la nueva iglesia del Buen Suceso. Hallándose ésta situada en el barrio de Arguelles, al cual pertenece el establecimiento tipográfico donde se imprime El Museo Universal, en otro número daremos cuenta mas detallada de este acontecimiento, reservando también para entonces la publicación de la historia de dicha iglesia con un grabado alusivo.

En la tarde del domingo 2 del actual se celebró en la sala de manuscritos de la Biblioteca nacional, con la solemnidad de costumbre, y asistencia de multitud de personas distinguidas en la república de las letras, la reunión anual para declarar los premios que por aquel establecimiento se habían ofrecido á los que presentasen obras que llenasen las condiciones del programa. De, estas no hubo ninguna. El señor don Juan Eugenio Hartzenbuch. director de la Biblioteca, leyó la Memoria relativa á las tareas, reformas y adquisiciones del establecimiento, en la cual, al paso que se hace justicia al celo y laboriosidad de los funcionarios del mismo, se mencionan las mejoras de que es susceptible, y la falta de cumplimiento á lo preceptuado respecto de la entrega de ejemplares por parte de muchos autores y editores, para los fines correspondientes, siendo uno de ellos la declaración de la propiedad de las obras, que, sin este requisito, cualquiera tiene el derecho de reimprimir.

Mañana 9, á las dos de la tarde, quedará constituida la Asociación de autores españoles, en el Ateneo científico y literario de esta capital. A esta reunión pueden asistir todos los escritores que gusten.

Por la revista y la parte no firmada de este número,

Ventura Ruiz Aguilera.


ESTUDIOS MORALES.

DEL Suicidio.

En esta época tan fecunda en suicidios y en la que, si bien se miran con espanto y horror, generalmente no se consideran como grandes crímenes, ya porque el daño recae sobre el mismo que lo ejecuta, ya por un esceso de sentimentalismo, hemos creído que no seria inútil investigar las causas de tan terrible contagio y demostrar hasta donde nos sea posible, que el suicida revela mas perversidad de corazón que el homicida, y que, en consecuencia, son mas graves su delito y responsabilidad.

Examinando en primer lugar el origen del suicidio, vemos que la mayor parte de los casos reconocen, en este siglo, una pérdida de fortuna, una pasión amorosa mal correspondida, la muerte de un sér amado, en menor número; un mal ó calamidad inminente; la hipocondria; en los tiempos de superstición y fanatismo j políticos, el fracaso de una gran causa; en las sociedades en que dominan la superstición y el fanatismo religiosos, estas dos ciegas pasiones. Lo que espuesto en otros términos no es otra cosa; que amor-pasion al dinero, á un semejante nuestro, ó á nosotros mismos; amor-pasion á una idea ó á una divinidad; ó sea: inmoderado amor propio ó egoísmo, inmoderado amor á otro sér ú objeto, y aun éste, bien examinado, se reduce al primero.

El apego al oro produce funestas consecuencias; el temor de perderlo, envidias y engaños; su pérdida, desesperación y suicidios; el avaro cree que tendrá que padecer, el pródigo que no podrá gozar, y como ambos se amen demasiado á si mismos, ni el uno quiere sufrir, ni el otro vivir sin gozar.

El escesivo amor á un semejante nuestro, á una idea ó á una divinidad acaban muchas veces terriblemente, á consecuencia de nuestro propio egoísmo; en la pérdida de ese sér ó de esta causa, el que no teme el dolor lo resiste, el que no quiere padecer, se destroza. El inútil é insensato sacrificio de la vida á un ídolo, no tiene otro objeto que recabar una mirada benigna, obtener una digna recompensa para la propia satisfacción.

La hipocondría, hija del miedo , lo mismo que el temor de un mal inminente , radican en un esceso de amor propio.

De lo dicho se deduce, que el suicidio, en el cual el que lo ejecuta, da, al parecer, pruebas de desprecio y aborrecimiento á sí mismo, proviene de un esceso de amor propio, de egoísmo; por consiguiente, el suicida de tanto como se quiere, no se quiere, de tanto como se ama, se mata.

Preguntamos ahora, ese amor á nosotros mismos ó á otros seres, que todos poseemos, ¿por qué en unos da tan hermosos resultados, como la propia conservación, el perfeccionamiento, la caridad , y en otros tan fatales como engaños, celos, desesperación, suicidios?

La inteligencia, con la razón y la imaginación, es la que dirige á buen fin ó estravia todas nuestras pasiones. La fantasía bien regida nos alienta en nuestras vicisitudes con la perspectiva de un porvenir tranquilo, pero abandonada a si misma y estraviada lo abulta y desfigura todo, presentándolo terrible y sombrío: entonces la imaginación escita las pasiones , y sí la razón no acude en su auxilio, acaban por determinar á la voluntad á hechos espantosos; por esto son tanto mas terribles las pasiones, cuanto mas viva y fogosa es la imaginación, presentando tristes ejemplos los genios malogrados de Chatterton, Kleist y Fígaro. Asi, pues, el suicidio proviene de un amor ó tendencia á cierto objeto, amor que se apasiona y toma un rumbo funesto con el fuego de la fantasía que la razón á su tiempo no cuidó de amortiguar.

Llegados á este punto, no entraremos en la cuestión de si es lícito al hombre atentar contra su vida; pues para ello basta lo que decía el gran Napoleón: «No habiéndome dado la vida, no me la quitaré jamás»; nuestro objeto será ahora probar que el suicida es responsable de su acción.

Según autores respetables, nadie se da la muerte en un acceso de razón; parece, según otros, inexacto esto, por dar algunos suicidas pruebas de completa deliberación y serenidad; pero no nos esforzaremos en examinar ninguna de estas dos aserciones, porque nuestra cuestión se reduce á probar la responsabilidad del suicida, en lo cual convienen aun los que consideran el suicidio resultado de la enagenacion mental, pues que podría evitarla, siendo como es, según estadísticas, consecuencia de la corrupción de costumbres. Asi, el suicida esté en su razón ó no, es responsable de su acto, por ser éste casi siempre completamente libre y voluntario, pues si le falta deliberación es culpa suya, siendo vencible la ignorancia ó estravio mental con reprimir á tiempo sus estraviadas inclinaciones, mediante la sanas ideas que la razón natural, cuando menos, nos infunde.

Probada la responsabilidad del suicida, demostraremos que es mayor que la del homicida, y por consiguiente aquel mas culpable, una vez que la culpabilidad está en proporción de la responsabilidad.

Cuanto mas esfuerzo ó lucha de la voluntad con nuestras tendencias ó inclinaciones naturales es necesaria para ejecutar una acción, ésta es tanto mas sublime y heroica si es buena, y tanto mas perversa y culpable si es mala.

Amar á un enemigo, es mas meritorio que amar á un amigo; odiar á un amigo, mas culpable que odiar j á un enemigo. Todo lo que tiene de heroísmo y escelsitud esponer la vida á riesgo seguro de perderla en defensa de la religión ó de la patria, tiene de ferocidad y bajeza desprenderse de ella inútilmente por corrupción y cobardía. Dios, cuya justicia es absoluta, castigó la rebelión de los ángeles con fuego eterno sin lugar al arrepentimiento, porque como poseían la visión de Dios y su tendencia era amarle, necesitaron un esfuerzo inmenso para apartarse de su centro. La desobediencía de nuestros primeros padres, atendiendo á que no poseían la visión de Dios, pero que estaban en relaciones con él, y las tendencias de sus facultades á lo bueno y justo predominaban sobre las malas, no la castigó tan severamente como la de los ángeles, porque su esfuerzo no necesitó ser tan intenso; les dio lugar al arrepentimiento, pero resintiéndose de su prevaricación toda su posteridad. Nuestras faltas, que no suponen ni el esfuerzo de los ángeles, ni el de nuestros progenitores, por la tendencia que desde entonces tenemos á lo malo, son castigadas con lugar al arrepentimiento y sin trasmitirse á nuestros hijos.

De esta ley moral de proporcionar la culpa al esfuerzo de voluntad , se deriva lo aceptable que es á Dios el arrepentimiento de un malvado y corrompido; pues como necesita esfuerzo heroico para los actos mismos y casi ninguno para los malos, aquellos son sumamente meritorios, mientras que éstos tal vez algo menos culpables; lo cual, unido á que el valor de los actos malos se halla también en razón directa de la inteligencia, porque el poder del espíritu sobre las pasiones es tanto mayor, cuanto mayor es la razón , patentiza esa sublime y hermosísima ley de la Providencia, cuya bondad y amor infinitos se encuentran siempre á favor de los mas desgraciados y dignos de compasión.

Ahora, pues, ¿qué es lo que necesita mas esfuerzo, atentar contra la vida de nuestros semejantes ó contra la propia? ó lo que es igual, ¿á quién amamos mas, á los otros, ó á nosotros mismos?

El Decálogo, cuya profunda filosofía muestra un perfecto conocimiento del corazón humano, presenta como modelo del amor al prógimo el amor á nosotros mismos, haciendo notar San Agustín que Dios espresa clara y esplicitamentc la obligación de amar al prógimo, mas sólo implícitamente la de amarse á sí mismo, por considerarlo de instinto natural, como el amor de los padres á los hijos, que tampoco espresó.

Confirma esto, si es que continuación necesita Dios, esa inclinación innata á la propia conservación, sancionada por los criminalistas; y cuando no hubiera otra razón para probar la superioridad del amor á si mismo sobre el amor al prógimo, bastara el suicidio, acto como hemos visto egoísta en estremo, que sólo indica el deseo de la propia satisfacción en el que lo ejecuta, reduciéndose como se reduce á encontrar lo que él cree un bienestar en la muerte, pero olvidando hijos , padres, familia, dejándolos sumidos en el mas triste desamparo, cuando no en la mas espantosa miseria.

Demostrado que nos amamos mas á nosotros mismos que á nuestros semejantes, mas esfuerzo, mas lucha de la voluntad necesitaremos para el suicidio que para el asesinato; y como mayor esfuerzo envuelve mayor culpabilidad y fiereza de corazón, si la acción es mala, tendremos que el suicida es mas criminal y perverso que el homicida.

Ademas, el hombre para no caer en la mayor parto de las culpas ó delitos á que tiende por la perversión de su naturaleza y por el goce momentáneo que en sí llevan, necesita reprimir fuertemente esos ciegos impulsos que, cuando no tienen freno, nos degradan y envilecen; pero el suicida, al contrario , para caer en su falta ó delito, á que no tiende, ya por el dolor que ocasiona, ya por el natural amor á la vida, necesita un esfuerzo intenso para reprimir esos constantes y benéficos impulsos, asi pues, ¿cuánto mas culpable no será el suicida que hasta sufre por pecar, que el otro delincuente que si peca es por gozar?

Tal vez se nos objete que el suicida, por efecto de su locura, ya no se ama á si mismo y se desprende sin esfuerzo de su vida; pero no se tendrá en cuenta que ese apego á la existencia es innato é indeleble, se halla grabado en el corazón y si se domina no es porque mengüe, que siempre está en acción, sino porque aumenta estraordinariamente otra pasión contraria y con ella la intensidad volitiva. El loco mismo suicida se resistiría furiosamente, si otro amenazara quitarle su vida en el acto mismo de intentarlo.

Hemos leido que un jóven de Viena intentó poco tiempo há poner fin á su existencia, precipitándose en el Danubio; pero que, en el momento en que se disponía á arrojarse á las ondas del caudaloso rio, un cazador que desde la opuesta orilla estaba observando las maniobras del jóven, le apuntó con la escopeta gritándole:—¡Atrás, ó hago fuego!—Al oír el suicida aquella enérgica esclamacion, desapareció en precipitada fuga.

¿Por qué este jóven, que se quería matar, no quiso que le matasen? Porque el amor á la propia conservación es tan intenso y constante, y para luchar con él la voluntad y las demás pasiones ó facultades se encuentra en una posición tan violenta y momentánea , que el menor suceso, una simple idea, desconcertándolo todo, ó mejor restableciendo el concierto,