Página:El museo universal 8 de febrero de 1868.pdf/7

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

su curación, y si su enfermedad moral es la conocida en eI mundo con el nombre de amor, lo receto la medicina que en casos tales usaba San Francisco, que se revolcaba en la nieve, porque la mujer, como dice Marcial, es lo que hay de peor en el mundo; como dice Montaigne, es la enemiga natural del hombre; es la fuente de todo mal, como dice Sócrates; es lo que hay en el mundo de mas corruptor y mas corrompido, como dice Confucio; es la mas peligrosa de las bestias feroces, como dice San Juan Crisóstomo; es la reunión de los siete pecados capitales, como dice Orígenes; y en ella la maldad es innata, como dice Hipócrates; y no hay malicia semejante a la suya, como dice San Buenaventura; y ha hecho apostar á los ángeles, como dice Inocencio III; y es el órgano del diablo, como dice San Bernardo; y tiene el Veneno del áspid y la malicia del mono, como dice San Gregorio; y es la aumentación del pecado, como dice San Agustín; y hay menos estrellasen el cielo que picardías en su corazón, como dice Codro; y es inútil tratar de escoger entre las mujeres, porque ninguna de ellas vale nada, como dice Plauto...

—Vuestra elocuencia erudita, esclamó el general, se asemeja á aquellos vientos del desierto que envuelven á los viajeros con granos de arena liaste ahogarlos. Dejadnos respirar. Digan lo que quieran vuestros autores, la verdad es que la mujer, ángel de la guarda junto á nuestra cuna, ángel de amor en nuestra juventud, ángel de la amistad en nuestra edad madura, y ángel del dolor sobre nuestro sepulcro, me parece el único rayo del sol eterno que entra en la prisión de nuestra alma. Pero se debe amar á la mujer en general, y no á una mujer en particular, como se debe amar el dinero y no una pieza de dinero. Si S. A. está enamorado, yo soy de opinión de que se le curo con una mujer, y sí no basta, con dos mujeres, con diez mujeres, con cíen mujeres, con mil mujeres, con un millón de mujeres, con el doble de las que pueda apetecer. Dejádmele por mí cuenta, y yo os prometo que si hoy ama á una mujer sola, dentro de poco se acordará de ella ni mas ni menos que del primero que sembró pepinos.

—Tengo que oponer, dijo el médico, que Hipócrates..

—Y yo, dijo el filósofo, que Zoroastro...

—Señores, esclamó el principe impacientado, tengo mucho sueño, seguid aquí disputando mientras me voy á descansar.

Y corrió á su cámara, cuya puerta cerró con llave.

Pero ni aun allí se encontró sólo. Su ayuda de cámara, enterado de lodo por haber escuchado por el ojo ile la llave le esperaba como en una emboscada y le dijo al verle:

—Señor, esos tres sabios me parecen tres imbéciles. Déjelos V. A. discutir sobre, sus cantáridas, sus sangrías, su nieve y sus burdeles y haga sólo caso de mí, que tengo la mejor receta.

—¡Tu quoque...! suspiró el principe, con dolor.

—Yo, repitió el ayuda de cámara... Yo haré que ame á V. M. la mujer que desea.

—¡Tú!

—Yo. ¿Sabe V. A. quién es?

—No.

—¿Ni su nombre?

—No.

—¿Ni dónde vive?

—No... La he visto esta tarde junto á la fuente de... Es rubia, ojos azules, tendrá apenas 15 años...

—Eso me basta. Antes de ocho dias V. A. la tendrá. No sé si el príncipe durmió aquella noche, creo que no; pero estoy seguro de que estuvo soñando hasta el amanecer.

(Se continuará.)

C. R.

LITERATURA.

MELODIAS.

LA MUERTE.
I.

Yo tengo en la tierra una amiga á la que me unen antiguos y estrechos lazos. Cada vez que pasa por mi hogar deja en él huellas profundas, huellas que tardan en borrarse del corazón. Pero mi amiga es generosa; inas que aquella reina de la antigüedad que sembraba de perlas su camino ella siembra el suyo de lágrimas y de verdades.

Mi amiga no es ninguna mujer: no es mujer, no es hermosa ¡y la amo! Y no porque ella no me haya hecho derramar lágrimas; no porque nuestros amores no hayan sido tristes: recuerdo que en otros dias tenia una corona de las flores mas bellas de la vida, las mismas que he visto caer, una tras otra, marchitadas casi todas por la muerte.

Mas, de eso ha pasado tanto tiempo, que me parece haberlo soñado: si ahora amo á la muerte, no es por haberme hecho conocer la desgracia, sino porque veo que es la única amiga que no olvida.

Hay hoy hombres que maldicen la muerte; yo la amo, porque es el último consuelo que espero. ¡Creo seré de esas pocas almas que al morir le dan las gracias! Pero es gratitud que le debo, pues su mano ha de quitarme las cadenas que tanto me pesan, las cadenas que tanto me impiden volar á donde me llaman las únicas almas que me han amado.

Si eres piadosa, como dicen, ven, muerte, ven y rasga el velo de mi vida. ¿Qué hago en la tierra, sino desfallecer en la soledad y caer cada momento? Mi alma está triste, mas triste que esas flores de invierno que hace tantos dias no han visto el sol.

II.
RECUERDO DE AMISTAD.
á D. T. y a D. S. T.

Cuando enamorados los hombres únicamente de los tranquilos goces del espíritu, anhelan pasar la vida ni envidiados, ni envidiosos, entonces van en busca de una naturaleza magnifica, como la de vuestra ciudad natal, y allí, en medio de las maravillas de Dios que la coronan, alzan los honrados techos.

¡Dulce es poder descansar en ellos al lado de queridos amigos! Al frescor de la fuente que con su murmullo acompañaba el suave esparcimiento de nuestros corazones, disfruté un momento de la paz ten suspirada por el alma.

Pasó la hora del sol y fuimos á vagar por la ciudad; no hay en ella blanca casita que no tenga su jardín, su fuente y su niña encantadora. Contemplamos las calles de pescadores, al fin de las cuales, aparece el mar azul y la ligera barquilla, deslizándose por entre ondas tan mansas que no parece sino que nunca hin sido agitadas por la tempestad. Asi pasaron fugitivas las horas, admirando la obra de Dios, que el hombre en vuestra patria no ha desfigurado; pero antes de que huyera la luz de la tierra y viniese la noche á ocultarnos tantas maravillas, dejando la mansión de los vivos subimos á la de los muertos ¡aun mas hermosa!

El cementerio de la ciudad, iluminado por los últimos resplandores del crepúsculo, levantándose en las Hondas faldas de la montaña, y dominando todo el mar que viene á espirar al pie de los sepulcros, removió lo mas profundo de nuestros corazones. Y al hollar el polvo de los muertos, recordamos los amigos y los padres perdidos, el trágico y misterioso destino humano, las breves horas concedidas á los mortales, y que sólo el dolor tiene el triste poder de hacernos parecer eternas.

Yo no be encontrado en el camino de mi vida paisaje mas encantador, una naturaleza que mas convide al hombre á fijarse en elfo para siempre. Allí habría sentado mi tienda, si hubiera sido dueño de mi fortuna. Esta ha sido dura y cruel para con vuestro amigo; pero si algún dia logra emanciparse de ella, y ser dueño de. su destino, ira á vuestra ciudad á pasar los ancianos dias y entre sus muertos le será dulce reposar y dormir el profundo sueño, mecido, como ellos, por las olas de aquel mar.

Antonio Vidal y Domingo.

ALBUM POETICO.

A continuación publicamos un episodio inédito del poema que actualmente escribe el señor Campoamor, y del cual ya conocen otro, no menos bello, los lectores de El Museo.


EL PRINCIPE SIN NOMBRE.

...................
Ven que á un hombre con lánguida sonrisa
siguiendo, mas impúdica que amante,
deja colgar al soplo de la brisa
su trenza desgreñada una Bacante.

Debajo de su lúbrica mirada,
y en torno de su boca centellea
la espresion fatigosa y fatigada
del ansia vil que desear desea.

Descalzo el pie, los hombros descotados,
ni siquiera ocultaba, desceñida,
bajo el cuello procaz los mal velados
misteriosos santuarios de la vida.

Llevando, como Venus, la Bacante
la victoria del vicio en la cintura,
mostraba al hombre en su voraz semblante
la contorsión de la sonrisa impura.

Y al joven que implacable perseguía
con brazos por la fiebre descarnados,
en un plato de barro le ofrecía
unos ojos vidriosos y apagados.

Y —«¡toma!»—nauseabunda murmuraba
como silba el reptil húmedo y frió,
y el joven escuchándola esclamaba:
—«¡qué odioso, santo Dios, es el hastío!»—

Detuvo al hombre, hasta el furor hastiado,
Honorio preguntándole—«¿quién eres?» —
—«Un hombre, contestó, que, desdichado,
sólo amó á la mujer en las mujeres.

»Gran principe nací. Y aunque comienza
mi vida en cuna real, he sido un hombre
que acaso por desprecio ó por vergüenza
ha olvidado la historia hasta mi nombre.

»A sor Clara una vez en su convento
la requerí de amor, con un cinismo
que en tan santo lugar y en tal momento
lo audaz deshonraría al crimen mismo.

—«¿No adivináis mi amor en mi mirada?»
murmuré irreverente á sus oídos.
¡Oh, juventud por el placer cegada
que no piensa en mas Dios que los sentidos! —

—«¿Qué os gusta en mí?»—me preguntó gimiendo.
—«Vuestros ojos»— la dije, y tristemente
—«¡mis pobres ojos!»—esclamó volviendo
al cielo con dolor su limpia frente.

«Y de su celda hácia la puerta andando
—«mi respuesta aguardad»—serena dijo;
y en el quicio apoyada, entró besando
con la fe de una santa un crucifijo.

«Yo pensando ¡oh miseria de la vida!
en su talle gentil, su rostro bello,
la respuesta aguardando prometida
baste se hinchaba de placer mi cuello.

»Al umbral de la puerta, á poco rato,
destrozadas las órbitas, se asoma,
y sus ojos me ofrece en ese plato
con tranquilo ademan, diciendo:—«¡toma!» —

«¡Horror! cruzaron por el pecho mío,
la sangre al ver de tan atroz presente,
una llama primero y luego un frío
que hasta heló de mis lágrimas la fuente.

—«Toma— añadió, que mi presente pueda
á tu pecho sin fe volver la-calma;
y aunque ves que mi faz sin ojos queda,
para mirar á Dios me hasta el alma.—»

»Me echó el plato y partió. De espanto yerto
yo en tanto miro el don que, abominable,
dejó en mi sangre para siempre muerto
el torbellino del amor culpable.

La Bacante después, siguiendo al hombre,
tiende otra vez su desgreñada trenza,
y grita huyendo el príncipe sin nombre:
— «¡maldición en la dicha que avergüenza!»—

Ramon de Campoamor.
EL PECADO MORTAL.

¡Pequé, mi Dios! Del vicio que domina
víctima fui, postrado en la demencia,
y la maldad triunfó de mi conciencia
y de mi flaca humanidad mezquina.

Pequé, Señor, contra tu Ley Divina
consecuente en el dolo y la licencia,
sordo á tu voz, ingrato a tu clemencia,
ciego á la fe, rebelde á tu doctrina.

Mas concédeme un soplo de tu aliento
para llorar contrito y humillado,
hasta que exhale mí postrer lamento:

Que aunque en la tierra gima condenado,
yo te ofrezco, Señor, este tormento
porque me limpies del mortal pecado.

Fernando Martínez Pedrosa

NOVELAS Y CUADROS DE COSTUMBRES.

MATAR EL TIEMPO.
III.

Necesitaba matar el tiempo.

Te parecerá, lector, que esto era la cosa mas sencilla del mundo, porque aquí todo el mundo mata el tiempo, pierde el tiempo ó hace tiempo.

A mí, sin embargo, ine iba á costar el empleo del tiempo bastante trabajo, que el tiempo es un ente raro en nuestro pais. En España, ó en Madrid mejor dicho, todo el mundo es empleado ó cesante, menos lo único que debiera empicarse ó estar empleado; el tiempo: y éste no es cesante siquiera, pues ordinariamente suele estar mal empleado, al contrario de muchos cesantes, á la generalidad de los que les está bien empleado el ser cesantes.

De modo, que entre nosotros, el tiempo viene á ser un ente anti-económico, pues siempre se está gastando, se está perdiendo, y nunca deja de existir, gracias á la colaboración de todos los españoles, que hacemos tiempo sin otra utilidad que la satisfacción que nos da el verlo desaparecer de la escena social.

No te asustes, lector; no voy á hacer una disertación sobre la palabra tiempo: he dicho que necesitaba matar el tiempo, de modo que ese tema constante de la gente que no sabe de qué hablar, ese sine qua non de las funciones al aire libre, ese doctor que anuncia