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los meetings en favor de los derechos electorales de las mujeres, en los cuales toman parte elocuentes oradores que, por cierto, son muy aplaudidos. En nuestro sentir, su triunfo es inevitable, y respecto de algunos países, no muy remoto, digan lo que quieran los que combaten y ridiculizan esta evolución de la hermosa mitad del género humano.

La prensa de Cádiz espone la conveniencia de que se celebre en aquella ciudad una esposicion esclusivamente naval.

El Adelante de Salamanca dice que un propietario piensa construir caseríos conforme á la ley de población rural. Pocas provincias habrá donde esta clase de obras sean más necesarias y ofrezcan una perspectiva más halagüeña á la especulación bien entendida.

Parece ser que una compañía francesa trataba de plantear en la república de Andorra un establecimiento de juego por el estilo do los que hay en los baños de Alemania, á cuyo efecto se le había concedido la esplotacion de las aguas termales del Valle por espacio de 90 años, á condición de que al mismo tiempo plantease escuelas y abriese caminos. Por fortuna, la tal empresa no ha cumplido sus compromisos, caducando, en su consecuencia, el proyecto, y librando asi (como dice con razón un periódico de esta corte) á la república de Andorra del peligro que ofrece el albergar huéspedes tan corruptores como los parroquianos de esos establecimientos inmorales.

El autor de la Memoria premiada en el último concurso de la Academia de la Historia, que versaba sobre la crítica de los falsos cronicones, sus autores, fuentes históricas de que se valieron y errores que autorizaron, resultó ser don José Godoy Alcántara. En una de las próximas sesiones públicas se verificará la solemne adjudicación del premio al escritor laureado.

El tema propuesto por la Academia de Ciencias morales y políticas, para el primer concurso, es el siguiente: «Límites que deben separar en el orden político, económico y administrativo la intervención del Estado y la acción-individual.» Precioso lema, y principalmente tratándose de países donde se quiere que el Estado lo haga todo. Otra Academia, pero no de Historia, ni de Ciencias morales y políticas, sino hípica, comentará pronto sus ejercicios en el Circo del Príncipe Alfonso, donde serán de admirar la profunda filosofía del salto mortal, las volteretas y otras mil habilidades que ensanchan los horizontes de los conocimientos humanos y á veces inhumanos.

Mañana se celebrarán en Barcelona los Juegos florales, de que daremos oportuna cuenta, y á los que sabemos concurrirán, además de los poetas catalanes en su mayor parte, varios de los de otras provincias y del estranjero galantemente invitados al efecto por el Consistorio que ha de presidir aquella solemnidad literaria que tan al vivo recuerda las antiguas y nobles lides del ingenio.

El domingo último fueron conducidos con gran pompa los restos mortales del señor duque de Valencia, desde la iglesia parroquial de San José á la basílica de Atocha, de donde han sido ya trasladados á Loja, para depositarlos en el panteón de su familia, que existe en aquella ciudad. En el lugar correspondiente de este número de El Museo, verán nuestros lectores el retrato y algunos apuntes biográficos del finado.

Por la revista y la parte no firmada de este número,

Ventura Ruiz Aguilera.


GEOGRAFIA. Y VIAJES.

VIAJE A BABILONIA..


(Continuación.)

No trato de presentar á los orientales mejores de lo que son. Bien pesado y calculado todo, nosotros valemos incontestablemente más que ellos, y valemos generalmente mejor. Lo que ellos tienen es una distinción natural de esterior, de palabra y de pensamiento que nosotros tenemos tal vez al nacer, pero que la perdemos pronto en eso que los ingleses llaman perfectamente life's struggle, la batalla vulgar de la vida civilizada. Nuestro ideal es lo justo'; el ideal de los hijos de Oriente es lo noble que, con frecuencia, es todo lo contrario de lo justo. Siendo la hospitalidad uno de los atributos mas esenciales de la vida noble, no es de estrañar que haya penetrado tan profundamente en la vida íntima de los pueblos orientales.

Hay otra razón, y es el interés personal bien entendido. El oriental es naturalmente viajero, mas viajero que nosotros, ó por lo menos, mas viajero que nosotros antes de que tuviésemos caminos de hierro. Peregrino, dervís, pastor, aventurero, buhonero, trabajador nómade, va siempre de ceca en meca, y si alguna vez se fija en un punto, no puede negar la hospitalidad al pasajero, sin ser ingrato con los que se la otorgan á él por espacio de meses y años, con los que se la otorgarán el dia que tenga á bien volver á ensillar su asno ó coger de nuevo el cayado del viajero. Yo por mí puedo decir que he recibido cien veces la mas cordial acogida de buenos paisanos .árabes, turcos, búlgaros, armenios, caldeos, y estoy persuadido de que la buena voluntad de mi huésped se hallalia frecuentemente activada (sin ser por eso menos meritoria) por la idea de que su hijo alistado en el Nizam, su hermano en marcha para la Meca, ó su yerno conducido en virtud de una requisitoria del bajá hácia algún puerto lejano, recibía tal vez aquella misma noche de alguno de mis correligionarios una acogida no menos afectuosa.

Hé aquí por qué cuantas veces mis amigos de Oriente, lo mismo los de turbante blanco ó azul que los de largos cabellos trenzados, me han preguntado cómo se viaja en mí país, y si la hospitalidad se.ejerce en él como en el suyo, para no tenerme que sonrojar he mentido con un aplomo diplomático. Y sí algún dia, como espero, alguno de ellos quiere acompañarme á Francia, prometo solemnemente evitar con cuidado á mi moucafir la impresión que podrían causarle las cuentas de ciertas fondas de provincia y las comidas de los caminos de hierro.

IX.


LOS KURDOS.—LOS YEZIDIS..


Me aproveché de mis dias de permanencia en Bagdad para estudiar las poblaciones de Babilonia, mas interesantes de lo que a primera vista me había figurado.

He dicho que los árabes se estienden hasta el pie de las montañas. En estas montañas se halla acantonada una raza que forma con los árabes el contraste mas enérgico que es posible imaginarse. Me refiero á los kurdos, población de mas de 3.000,000 de almas, que empieza junto á Trebizonda y no concluye hasta las puertas de Susaíne. Yo he frecuentado bastante el país de los kurdos, y les aprecio mucho, sobre todo cuando les comparo con el pueblo persa, del cual parecen los hermanos mayores. Su lengua tiene un carácter antiguo, es casi al persa lo que el francés del siglo XII, por ejemplo, es el francés que hablamos actualmente.

Difícil es ser recibido entre los kurdos; pero el que consigue ser su huésped, puede dormir descansado aunque lleve mil ducados en el cinto. Lo que contribuye á elevar su alma es un sentimiento de igualdad que se estiende, no sólo hasta los pobres, sino que también (cosa rara en los musulmanes) hasta las mujeres. Hé aquí una prueba irrecusable. Cuando la guerra de Oriente, la Puerta convocó á la guerra santa los contingentes de los Celes creyentes, sobrescitando todas las pasiones religiosas bajó colores políticos. Asi es, que Constantinopla víó afluir del fondo de Asia bandas de aspecto tan poco tranquilizador como el de los cruzados que, cerca de oeno siglos antes, pasaban al mismo punto, pero en sentido opuesto, y que inspiraban terrores tan legítimos á la hija de Alejo Conmeno. Jamás se habían visto tantos harapos pintorescos, tantas pistolas largas, tan rica colección de fusiles damasquinos que debían proceder del tiempo de Solimán el Magníhco. Pero lo que mas efecto produjo, fue Kara Fatma, la princesa kurda.

Kara Fatma (Fatma la negra) era princesa como son príncipes todos los gentiles-hombres mingrelianos, es decir, que era jefe de una tribu bastante importante en las montañas del Kurdistan turco, y conducía su gente á la guerra santa. No era jóven, como se puede ver por su verídico retrato, y era sumamente éa, pero en cambio los centenares de galafates á caballo que la seguían eran los mas gallardos bandidos de teatro que puede imaginar un pintor romántico. El gobierno pudo felicitarse del efecto que ella produjo en Constantinopla entre los fieles, pero se guardó bien de enviar al combate á Kara Fatma y sus paladines. No obstante su denuedo y su buena voluntad, hubiera hecho un triste papel delante de los escuadrones moscovitas.

La princesa negra, después de haber sido la leona de Stambul durante algunas semanas, regresó á sus montañas y quedó olvidada. Mas me han hablado de ella en Constantinopla que en el Kurdistan mismo.

Otra población, la mas digna de estudio por el misterio que la envuelve, es la de los yezidis ó pretendidos adoradores del diablo, que viven entre los kurdos y hablan el kurdo, pero son evidentemente un pueblo distinto. No hay especie de crimen ni abominación de que no les acusen los buenos musulmanes del valle del Tigris, donde se hallan desparramados en una cadena de aldeas que no concluye hasta la Armenia rusa; pero no sé á qué atenerme respecto de la imparcialidad de los hijos del profeta cuando hablan de infieles. Lo que yo puedo decir es que he estado en frecuentes relaciones con esos parias, de los cuales no podemos decir nada malo.

Hé aquí cómo entré en tratos con esos «picaros amigos de Satanás.»

Acababa de llegar á una aldea kurda, llamada Kohrasar, donde tenia que visitar muy bellas antigüedades. La aldea presentaba un pobre aspecto. Cuando mi guia, un kavas del bajá, pidió alojamiento, según costumbre, para mí y mi comitiva (tres hombres en suma) no se oyó mas que un concierto de quejas y de negativas. Los hombres gritaban, las mujeres chillaban con furor, pero la nota era siempre la misma: «Somos pobres, lo que nosotros tenemos que hacer es pedir y no dar; no tenemos ni un mendrugo á vuestra disposición, y menos aun cebada para vuestros caballos.»

La cosa se ponía seria, porque mi kavas vacilaba. El tenia el derecho absoluto de requerimiento, y si se hubiese hallado en una aldea cristiana, no hubiera pasado ningún apuro; pero los kurdos son medio libres y tienen el carácter poco sufrido. Se desahogaba llamándoles pezevenk y boklu, y ellos replicaban en kurdo y le llamaban bribonazo. El concluyó díciéndoles que nos ponían en el caso de ir á buscar un abrigo á dos leguas de allí, lo que no me tenía cuenta.

Yo estaba cansado, la noche se echaba encima, y me hubiera sabido muy mal perder la ocasión de visitar las ruinas.

—Haz lo que tú quieras, le dije secamente; yo quiero pernoctar aquí. Sí no paso esta noche bajo tejado , te aseguro que dentro de dos meses no dormirá tu bajá bajo el techo de su konck.

Mí amenaza era una bravata; pero con los orientales es muy importante dar de firme. Volvió á empezar el altercado y amenazaba durar mucho, cuando un hombre muy bien puesto me cogió del brazo y me condujo hácia su casa diciéndome:

—Venid á mi casa; en ella hallareis una cordial acogida. Soy un infiel como vos. Semejante manera de definirse me parecía bastante singular; pero seguí á mi hombre, y los demás de la aldea, picados de emulación, se encargaron de mi comitiva. Hubo escusas y esplicaciones amistosas, y los kurdos que mas habían levantado la voz dijeron al cabo:

—Nuestras costumbres no son inhospitalarias, pero temíamos que fueseis exigentes respecto de la comida, como lo suelen ser algunos viajeros menos grandes que vosotros.

Volviendo á mi huésped, debo decir que hallé en su casa una docena de camaradas y badulaques de la aldea. Empezó la conversación y yo conseguí al cabo la esplicacion de la palabra que me había preocupado. Mi huésped era un yezidi, y entre los asistentes habia dos ancianos que eran los sacerdotes de aquel culto misterioso. Me alegré de ello, porque había leído acerca de los yezidis muchas cosas verdaderas y falsas, y deseaba conocerles de cerca. Recuerdo que mi huésped me preguntó:

—Los franceses son todos yezidis, ¿no es verdad?

Yo le respondí:

—No.

—¿De veras? ¿Es decir que sois musulmanes?

—Tampoco. ¡Dios nos libre!

—Pues ya veis que tengo razón. Si no sois musulmanes, sois yezidis. Es claro.

Yo estaba lleno de asombro, y no sabia qué responder á una lógica tan cerrada. Mi hombre prosiguió:

—Pues bien, eso nos halaga. Los franceses son bravos, es sabido. Nosotros no somos musulmanes. La prueba está en que bebemos aguardiente. ¿Habéis traído?

Cometi la imprudencia de sacar mi frasco, que pasó de una mano á otra, y quedó enteramente vacío. Esta prueba no era de las mas lógicas, pues el musulmán se indemniza con aguardiente de la prohibición contenida en el Coran respecto del vino. Hay acerca del particular dos opiniones. Los teólogos escrupulosos declaran que, habiendo el Profeta designado toda bebida fermentada con una palabra que se ha tomado después en el sentido mas estrecho de vino, está prohibido beber vino, cerveza y alcoholes. Pero los teólogos de manga ancha sostienen que se puede alcanzar la salvación sin ser tan fuerte en gramática, y que Mahoma, no habiendo especificado el aguardiente, no considera como pecado el que se beba. Me gusta este razonamiento absurdo.

Hé aquí, acerca de la religión de los yezidis, algunas notas que he podido obtener.

No es necesario decir que no adoran al diablo. Pero ellos creen que antes de la consumación de los siglos el diablo se habrá reconciliado con Dios, y que es prudente hacerse de antemano amigos suyos. Le dirigen, pues, algunas oraciones, pero sin adorarle, y se ponen de mal humor cuando en su presencia un musulmán repite contra Satanás algunas de las maldiciones del Coran. Asi es, que para irritarles, no se escasean las injurias contra el maldito y el lapidado.

Creo que añaden: «Satanás es un oprimido. Es poco generoso maldecir é insultar á los oprimidos.»

Pero el eje de su culto es cheikh Adi. ¿Quién es cheikh Adi? Ni yo lo comprendo, ni ellos lo esplícan. Opino que es el fundador del yezídismo, y para sus discípulos actuales es un hombre Dios, como Cristo para los cristianos, ó Pouddha en la India y la China. Ha tenido una encarnacion, ha hecho milagros, y es eterno. Tiene un gran templo cerca de Mosul, templo cubierto de signos estravagantes que ha sido descrito por el reverendo Paadger, misionero inglés. Allí