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está el famoso dik ó taouch sagrado, el gallo de los yezidis, como se le llama inexactamente.

El gallo de los yezidis es una figura de ave muy grosera, de forma y tamaño de una pava; es de cobre, y está cubierta de inscripciones antiguas. Digo lo que me han dicho, pues no es permitido á un heterodoxo ver tan sagrado objeto. En mi calidad de yezidi francés, habría tal vez podido intentar el verle , pero habría tenido que pasar por debajo de las miradas de Argos de los sacerdotes, que no se hubieran dejado fácilmente engañar acerca de mi ortodoxia. Desgraciadamente, hallándome yo en el pais, el pajarraco fue. robado por algunos ladrones á quienes tentaría únicamente el valor del cobre. La consternación fue grande en toda la nación. El gran sacerdote elevó sus quejas al bajá de Mosul, y pidió severa justicia. El bajá, como de costumbre, nana hizo, y los yezidis, que son ricos hubieran salido mejor librados, si hubiesen practicado ellos mismos las diligencias y señalado un precio á las revelaciones del descubridor del paradero del gallo.

(Se continuará}

M. Guillermo Lejean
BIBLIOGRAFIA


REMINISCENCIAS DE MIS TIEMPOS.


POR DON VICENTE MORTILLARO, MARQUÉS DE VILLARENA.

Cuando la península hispana fue señora de una gran parte de Italia, las literaturas de una y otra nación se hermanaron en términos tan marcados, que en España se conocían y estudiaban con particular gusto las producciones literarias y científicas de los sabios italianos, y sucedía lo propio en la península itálica con respecto á las obras, producto de la bien cortada pluma de sabios españoles. El inmortal Cervantes y el chistoso Quevedo apreciaban sobre manera los clásicos italianos; y Bembo y Casa, el primero secretario de León X, y entrambos muy distinguidos por lo vasto de sus conocimientos, y elegancia, como perfectos hablistas, dieron á luz, con aplau-o de nacionales y estranjeros, poesías castellanas, en atención á que la lengua española á la sazón estaba tan generalizada como hoy la francesa. Con efecto, cuando el emperador Cárlos V abdicó su corona para retirarse al claustro, comenzó su alocución en Bruselas, diciendo: «Yo hablaré en castellano, porque esta es la lengua mas conocida.»

Pero separada políticamente Italia de España, las dos literaturas perdieron su inmediato contacto y larga fraternidad. Hoy, á consecuencia de vicisitudes políticas mas recientes, parece que el vallado que separaba las dos literaturas, se va paulatinamente desplomando, y en las librerías estranjeras de Madrid se encuentran con facilidad los clásicos italianos antiguos, y las obras modernas italianas mas selectas. Por lo que no juzgo inoportuno dar en estas columnas un juicio crítico concienzudo é imparcial de un nuevo libro que acaba de publicar en Palermo, mi amada patria, con el título de Reminiscencias de mis tiempos (Reminiscenze di miei tempi) don Vicente Mortillaro, sabio muy distinguido, autor de otras obras de mucho mérito, y uno de los mejores amigos de mi primera juventud.

En las poesías de Osian, de este bardo de la antigua Caledonía, encuentro estas palabras suaves y patéticas que descienden hasta el fondo del alma: «La música de Carílao, es como la memoria de los tiempos pasados, que despierta placer y dolor á un tiempo.» ¡Ah, sí! las reminiscencias de nuestra vida venturosa «> triste embriagan el alma de suave melancolía y de placer; y si se enlazan con la vida y los hechos de ilustres varones y con grandes acontecimientos políticos y sociales, adquieren un interés y un colorido históríco-biografico importante para los contemporáneos y los venideros. El libro de mi escelente amigo Mortillaro, pertenece á este número, y su lectura me ha producido el mismo efecto que la música dulce y patética de Carilao.

En las obras de este género descuellan con especialidad los alemanes; pero sus producciones tienen un tinte demasiado tétrico y oscuro; y deben, á mi entender, los matices muy exagerados de su melancolía y de su carácter grave y sombrío á su cíelo nebuloso, y muy distinto del hermoso y alegre cíelo de la encantadora Italia. En fin, sirviéndome de una frase muy usada por los filósofos modernos, diré que los italianos han venido al mundo para vivir objetivamente, diferenciándose de los alemanes, que viven siempre subjetivamente, ya buscando la razón pura con Kant, ya lo absoluto con Fichte y con Schelling. «Los italianos, dice Melchor Gioja, célebre economista y sabio enciclopédico, tienen un sol que lo ilumina todo, y no han nacido para perderse en la inmensidad de los espacios ni entre agolpadas nubes, como los filósofos alemanes;» y en esta circunstancia me parece muy del caso consignar en estas columnas lo que nos ha dejado escrito Jorge Sand en su novela titulada El Secretario intimo: «Estando la marquesa Cavalcanti en su tocador, una de sus doncellas leía en alta voz por mandato de su señora un libro de filosofía alemana, qui faisait tourner la tete.» Después de esta digresión, vamos á entrar de lleno en el exámen crítico de la obra del señor Mortillaro.

La gala del estilo, la elegancia de las frases, y la erudición tan copiosa como selecta y peregrina, dan mucho brillo y amenidad á las Reminiscencias de mis tiempos, producto de la docta pluma de un escritor, á quien sus obras han conquistado merecida fama. El libro de Mortillaro está dividido en capítulos: y en el primero, notamos un fenómeno algo singular, no por el hecho en sí mismo, sino por una coincidencia especial, que no queremos pasar por alto bajo ningún concepto. Habiendo ganado el padre de nuestro autor un pleito considerable, después de muchos trabajos y graves disgustos, Mortillaro, todavía niño, llevado en alas de su alegría por la repentina é inesperada noticia, dió un gran salto, y cayó al suelo casi moribundo y chorreando sangre por haber tropezado su cabeza con el marco de una pequeña puerta. Desde entonces su carácter se manifestó propenso á la cólera, meditabundo y pronto á rechazar la fuerza con fuerzas mayores. Pero su amor al estudio subió de punto.

El cambio de carácter que esperimentó Mortillaro después de su caída, guarda mucha uniformidad con la ordinaria melancolía y habitual costumbre á la meditación del inmortal Juan Bautista Vico, autor de la Ciencia Nueva, cuyo carácter festivo en su niñez se convirtió en triste y meditabundo á consecuencia de una gran caida. Pero tengan entendido los lectores, que lo que acabo de referir con respecto á Mortillaro sirve únicamente para dar mas fuerza y solidez á las doctrinas de Gall y de los mejores frenólogos, los cuales afirman que existe siempre alguna analogía entre los efectos que son un producto de causas semejantes. Por lo demás, aunque yo no ignoro que mi buen amigo don Vicente Mortillaro es un ilustre sabio, juzgo muy del caso recordar á los lectores estas palabras , que no están fuera de lugar: «Todas las aves surcan los aires; pero á las águilas únicamente fue otorgado por la naturaleza el gran privilegio de tener fijas sus miradas en el sol sin lastimar su vista.» Nolando, sin embargo, la semejanza que suele mediar muy á menudo entre los efectos producidos por causas análogas, no vacilo en aplicar á Mortillaro, habiéndole ya puesto al lado de Vico, las palabras aunque en un sentido distinto, que Argaute dirige a su rival en la Gerusalemme libérata.

E par tua gloria basti
Che dir potrai che contra me pugnasti.
Can. VI, ot. XXXII.

No proponiéndome aquí seguir estrictamente el órden de todos los capítulos que contiene la obra de Mortillaro, me contentaré con apuntar lo que encierran de mas importante.

Nuestro autor habla en el capítulo segundo, de un periódico titulado: Effemeridi Scientifichc e lelterarie per la Sicilia, á cuya fundación cooperó en gran manera, y le dió realce con sus doctos artículos sobre los manuscritos árabes que existen todavía en varias bibliotecas de mi querida patria. Yo inserté también algunos artículos en dicho periódico, y entre ellos tres Memorias, en que daba una rápida y ligera reseña de las obras que habían legado á la posteridad los ilustres varones, difuntos en el cólera de Sicilia. Pero ¿por qué no ha derramado una lágrima en esta circunstancia Mortillaro sobre la fria losa que encierra las cenizas de nuestros comunes amigos, don Antonio di Giovanni Mira, muerto del cólera en Palormo, don Franco Maccagnone, principe de Granatelli, muerto en Génova de apoplejía fulminante, y don Pedro Lanza, príncipe de Scordía, muerto en París? Sé muy bien que mediaron graves disgustos entre Mortillaro y sus compañeros de redacción; pero ¿no se apaga la tea de la discordia en los subterraneossombríos de los sepulcros?

La aparición de las Efemérides infundió nuevo vigor, á los espíritus, y desde entonces el amor á las letras tomó en Sicilia fuerza é incremento; no quiero, sin embargo, pasar por alto, en honor de la verdad, que el Giornale di scienze, lettere e arti per la Sicilia (el periódico de ciencias, letras y artes para la Sicilia), contribuyó todavía mas á propagar las luces bajo la dirección de nuestro autor, no sólo porque consideraba aquel periódico como una de sus glorias literarias, sino también porque su director disfrutaba de la protección de don Marcelo Fardella, duque de Cumia, aficionado á las letras, y que alimentaba sentimientos patrióticos y liberales, aunque ministro de policía. Fardella bajó a la tumba y dejó un hijo ¡padre desventurado!... el hijo ¡quantum distat ab illo!

Las dos Memorias, una de Mortillaro y otra de Málvica, sobre los graves perjuicios que acarreaba á Sicilia su libre cabotage con Nápoles, no carecen ciertamente de mérito y abundan en amor patrio. Pero don Francisco Ferrara, que sostuvo lo contrario en una docta Memoria, se fundaba en los verdaderos y mas sanos principios de la economía política ; y bien sea que la haya escrito para adular á un alto funcionario napolitano, ó impulsado por otros motivos, estraños á la ciencia, lo cierto es que defendió las buenas doctrinas proclamadas por los mejores economistas sobre la libertad de comercio. Nada diré de don Felipe Minolfi, porque Mortillaro le ha definido bien, llamándole: Panegirista de los poderosos.

Nuestro autor, después de haber hablado en el capítulo V de su Memoria sobre el cabotage, nos relata los contratiempos á que se vió espuesto para la compilación del Diccionario Sículo-italíano. Esta empresa, llevada á cabo por Mortillaro con honrosa y esmerada persistencia, ha dado á la Sicilia una obra útil para doctos é ignorantes. El diccionario de Pasqualino era muy incompleto: y el nuevo ha colocado en mejor terreno la parte filológica de la literatura siciliana. Su prólogo, escrito por el célebre abate Borgbi, merece ser leído con alguna detención.

En el libro del señor Mortillaro figuran los sabios mas ilustres de la península itálica, nuestros contemporáneos, como Foseólo, Monti, Alfierí, Parini, Romagnosí, Defendente Sacchi, Rosellini y otros muchos nacionales, no dejando al propio tiempo nueslro autor de prodigar merecidos elogios á un crecido número de sabios estranjeros. Entre los sicilianos, apunta los nombres de Bivona, Palmiari, Serradifalco, Píazzi, Caccíatorc, Maravigna, Geinmellaro, Scíná,etc. Pero Mortillaro habla con preferencia, y algo detenida y estensamente del último, su querido maestro y verdadero amigo.

En 1845, di yo á luz en Madrid y en lengua castellana la biografía de Scíná, que fué reproducida en mis Opúsculos políticos y literarios, impresos en 1847, por los señores sócios de la Publicidad, nuevo establecimiento tipográfico. En atención, pues, á lo que entonces escribí, lejos de zaherir á Cantú, como lo ha hecho ya Mortillaro, por haber dicho el gran historiador italiano que Sciná era orgulloso, no vacilo en reproducir en estas columnas las palabras de mi compatriota Miguel Amari, uno de los orientalistas modernos mas preclaros. «Sciná hubiera dado mas realce á su mérito literario, si hubiese sido menos despreciador de los hombres.» Pero corramos, lector, el tupido y negro velo del olvido sobre los defectos de los sabios eminentes; yo recordaré siempre con afectuoso cariño estas palabras, que pronunció el insigne naturalista Humboldt, después de haber leido la topografía de Palermo, escrita por Scíná: «Desearía hacer un viaje á Sicilia, tan sólo por conocer al autor de la topografía de Palermo; este deseo me haría partir á tan lejanas tierras, semejante á aquel gaditano, que después de haber leído la historia de Tito Lívio, dijo: «iría á Roma con el único objeto de conocer á Tilo Livio, y no querría ver nada mas que á él.»

El corto número de páginas en que el autor describe con minuciosidad todos los grandes acontecimientos, que trastornaron y afligieron á los palermitanos en 1848, es un trozo admirable. ¡Qué sencillez, qué candor, qué imparcialidad en todo este relato! Su lectura me lia hecho derramar ardorosas lágrimas; y así como Voltaírc dijo, después de haber leido la Nueva Eloísa de Rousseau: «En este libro hay páginas que merecen ser arrancadas de toda li obra, y luego depositadas en el templo de la inmortalidad :» yo esclamaré con mas entusiasmo aun, dando mil parabienes á mi buen amigo Mortillaro: «Esas páginas que tú has escrito perpetuarán tu fama, y servirán á los venideros de punto de partida y norte para juzgar los hechos y los hombres de aquella época con la misma imparcialidad y el mismo tino que tú!»... Nada diré de la autonomía de la Sicilia, nada de Gíoberti:

.....déjese
que el porvenir decida.

(Manzoni. El 5 de mayo.—Traduc. de García de Quevedo.)

En cuanto á la antigua Academia de Palermo, cuyo nombre primitivo fue el de Academia del buen gusto, y que luego reformada tuvo el título de Academia de ciencias y letras, yo creo que nuestro autor padece un grave engaño afirmando que, desvirtuada en sus ordinarias tareas por el cambio del nombre, perdió su lustre. La Academia de Palermo fué siempre un cuerpo exánime, antes y después de sus reformas; y aunque hace mas de treinta años que estoy ausente de mi patria, tengo una especie de certeza moral, y no temo equivocarme , de que aquella Academia sigue en el mismo estado de parálisis. En toda la Sicilia la Academia única, que ha podido merecer este nombre, es indudablemente la Giojenia de Catanía, cuyas actas brillan por sus doctas disertaciones sobre ciencias naturales.

Todos los elogios que prodiga el señor Mortillaro al historiador napolitano don Cárlos Troya, son merecidos; y á pesar de que mis ideas políticas no guardan siempre perfecta conformidad, ni con las de mí amigo Mortillaro, ni con las de Troya, me juzgaría muy culpable ante el tribunal de la buena crítica, si no confesase que son entrambos dos ilustres campeones en la república de las letras. Muchas doctrinas, consignadas en las obras de Troya, las encuentro reproducidas en la Historia Universal por César Cantú; y