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pasaba con Narcisa lo que con ciertos truhanes, falsos mendigos que, para excitar la compasión y recoger abundante limosna, se cubren las piernas y los brazos de llagas postizas y logran con su industria engañar al prójimo. El abandono de la casa, la manía temeraria de exhibirse, la complacencia con que escuchaba las galanterías (complacencia excesiva, teniendo presente su condición de casada) eran las llagas, los signos exteriores que a los ojos de la maledicencia revelaban tibieza en las relaciones conyugales, cuando no una guerra decidida.

Marcos había llevado al matrimonio ideas de todo punto contrarias a las de Narcisa. Viéndose huérfano desde su infancia y en posesión de un capital crecido, apuró cuantos placeres proporcionan la libertad y la riqueza. A los treinta años ya se hallaba hastiado de la vida de soltero, y comenzaba a sentir en su corazón un vacío que los devaneos juveniles no habían podido llenar. Entonces pensó en casarse, y entonces se dibujó en su fantasía la imagen de una existencia apacible, tranquila, venturosa, rodeada, en fin, de goces puros y desinteresados. Considere el lector el martirio que el pobre Marcos sufriría viendo caer día por día, hora por hora, las hojas del árbol florido y pomposo de sus ilusiones y obligado a devorar en silencio su pena, por no disgustar a su mujer, que sobre toda ponderación amaba.

Poco después que don Prudencio, llegó su yerno. Lo primero que éste hizo, fue ver al niño enfermo, a quien el recargo de la calentura postraba en extremo y cuya boca se entreabría de sed y balbuceaba el nombre de la mamá.

–Marcos —dijo a su yerno don Prudencio—, ¿cómo encuentras a Luis?

—Más grave que ayer: el niño nos va a dar que sentir. Pero señor... ¡esta Narcisa!... –¡Filomena! ¡Filomena! –gritó, paseándose aceleradamente.

Filomena se presentó y le dijo:

—¿Llamaba usted?

—¿Dónde está el ama?

—Lo ignoro, señorito: habrá tenido que hacer alguna cosa importante... digo... me parece... ¡se vistió tan de prisa!

—¿Y el niño, qué tal ha estado?

—¡Oh! muy bien, muy sosegadito.

—¿Ha pedido algo?

—No señor; yo no me he separado ni un momento de la cabecera de la cama, y nada se le ha ofrecido.

Filomena mentía sin temor de Dios. De donde apenas se había separado un momento era del balcón, desde el cual estuvo comunicándose por señas con el mancebo del ricito, que, por cierto, tenía toda la pinta de un ratero. En tanto, Luis se había desgañitado a llamar y a llorar, hasta que la fuerza de la fiebre lo dejó rendido y silencioso.

Don Prudencio callaba; pero conocíase a cien leguas que no estaba satisfecho de las explicaciones de la doncella.

Por fin volvió Narcisa, radiante de hermosura y de contento: había pasado a gusto la tarde, y se prometía pasar la noche deliciosamente en el teatro Real: estrenábase la Patti, el ruiseñor madrileño de cuyo pico brotaban melodías, y gorjeos robados a los bosques del Nuevo-Mundo, como brotan cristalinos raudales de una fuente viva; habíala convidado Loreto a su palco, y no era cosa de faltar a su palabra.

Don Prudencio rugía interiormente.

Marcos, en obsequio a la paz, pero a punto de perder la paciencia, no se atrevió a decir más que:

—Mujer, debías haberte excusado con la enfermedad del niño.

–¿Pues qué tiene el niño?

—Está peor.

—Si estuviese peor ¿hubiera yo ido a tiendas?

Nuevo asombro de su marido y de su padre, que recordaron lo dicho por Filomena, cuando su ama le preguntó por Narcisa. No obstante, uno y otro hicieron también ahora el sacrificio de contenerse.

Pasaron al comedor; eran las cinco. Marcos probó apenas bocado, porque la comida le pareció detestable, atribuyéndolo, como otras veces, al abandono de la cocinera: a Narcisa no le pareció mal, y se explica fácilmente este fenómeno, primero porque en lo que menos pensaba ella era en la comida, y después porque la preocupaba demasiado la idea de la función de la noche, para acordarse de esas otras funciones groseras que conservan la armonía de la máquina viviente, a cuya armonía le es tan necesario el alimento que se vende en los mercados, como a la Patti, el aire, alimento de la voz humana.

(Se continuará)

Ventura Ruiz Aguilera.


INCONVENIENTES Y VENTAJAS DEL INVIERNO.

De su esposa doña Nieves
huyendo este buen señor,
por poco la chimenea
no hace de él un chicharrón.




INCONVENIENTES Y VENTAJAS DEL INVIERNO.
Más cuco este ciudadano
se sienta donde da el sol,
que le vuelve el alma al cuerpo
sin riesgo de chamuscon.

AJEDREZ.

PROBLEMA NUM. 94,

POR D. M. MENENDEZ.

NEGROS.

BLANCOS

Los blancos dan mate en cinco jugadas.


PROBLEMA, NÚMERO XLI.

POR DON M. FONTANA (Lorca)


BLANCOS.
R 4 C D
T c R
C 4 D
C 3 C D
P 2 C R
4 A R
5 R

Negros
R 4 D
P 3 R
4 A R
5 C R

Los blancos dan mate en tres jugadas.


La sección de Ajedrez entra hoy en el cuarto año de su publicación y cumplimos un grato deber, al dar las gracias á los suscribiros á El Museo, que han contribuido á sostenerla, honrándonos con sus trabajos. Creemos inútil advertir que hoy, como siempre, recibiremos con gusto cuantos estudios de éste género se sirvan remitirnos con destino á nuestro periódico.


Correspondencia particular.—Señor don M. F. (Lorca). Se recibió el núm. 4.


ADVERTENCIA.

Frecuentemente recibimos de particulares y de individuos pertenecientes á sociedades literarias, liceos, academias y otros circuios ilustrados, artículos y dibujos, espresando el deseo de que los publique El Museo, á cuyo fin tienen, además, dispuestos algunos otros trabajos que nos irán enviando. Esta redacción les da las mas espresivas gracias, y no sólo acepta su generosa oferta, sino que á su vez, invita á cuantos se interesan en el buen nombre y lustre de la literatura y de las artes en nuestra patria, para que le comuniquen oportunamente todas aquellas noticias y datos que se refieran á monumentos españoles, hallazgos y curiosidades arqueológicas, tipos, costumbres de localidad,certámenes, esposiciones industriales y artísticas, sucesos importantes de actualidad, etc., propios de la Indole de este periódico, acompañando, siempre que sea posible, dibujos ó fotografías, para ilustrar los asuntos que á ello se presten.

Al mismo tiempo debemos repetir lo que ya advertimos el año último, á saber: que El Museo, siguiendo la práctica acertadamente establecida por publicaciones de su Índole, no se obliga á devolver los manuscritos que se le remitan; y ruega á los señores que se dignen favorecerle con ellos, no estrañen si no se contesta, como se desearía, á las cartas que los acompañan, á no ser de absoluta necesidad. Respecto de la inserción, cúmplenos también decir que unas veces el número escesivo de originales, y otras veces circunstancias particulares que no todos se hallan en disposición de apreciar, pueden hacer que no se les dé cabida en Et. Museo, sin que esto signifique en manera alguna que siempre sea por falta de mérito.

DIRECTOR Y EDITOR RESPONSABLE D. JOSÉ GASPAR.

IMPRENTA DE GASPAR y ROIG, EDITORES: MADRID, PRINCIPE, 4.