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MANUEL DEL PALACIO

por su conducta; me irritan
sus pretensiones de sabio.
—Es inteligente...
—Es necio...
pero, en fin, ya me has librado
de su vista, y con la tuya
á nueva vida renazco.
Mucho tengo que pedirte...
—Mucho para darte traigo;
mas primero, una pregunta
que se me ocurrió hace rato.
Al cruzar yo por la puerta
jugaba un niño en el patio,
¿de quién es?
—Pues no es de nadie
siendo de todos...
—Reclamo
la explicación del enigma.
—Es más que enigma, es arcano,
de que Dios, piadoso siempre,
nos hizo depositarios.
Al lah-Acbar[1]: ya te escueho.
—Me entrego á su gracia y narro:

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  1. ¡Dios es grande!