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MANUEL DE PALACIO

testigos en otro tiempo
de sus placeres livianos,
y el pedestal de Cupido
alguna vez contemplando,
echó de menos la estatua
que en amoroso arrebato
logró convertir en nieve
haciendo del bronce escarnio.
Del cómplice á la presencia
ya no sentirá desmayos,
ya le pertenece entero
aquel hijo que ama tanto;
ya la esperanza ilumina
su corazón angustiado.

. . . . . . . . . . . . . . . . .
Una noche, en su maksura[1]

recogida muy temprano,
mientras charlan en la calle
marmitones y lacayos,
oyó decir de repente
essalamcum[2], y en el acto
mucha confusión de gritos,

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  1. Gabinete
  2. Salud para vosotros.