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V. Blasco Ibáñez

gobierna á pesar de su pequeñez, lo mismo que en el mundo de la criminalidad vertical, los hombrea del «cofre-fuerte», de la mano imantada que atrae á los céntimos y del paño duro que exprime, dominan á las grandes masas.

Hasta en su muerte se ve explotada la cigarra por el triunfante parásito. Los restos del Orfeo del ramaje se disuelven en el estómago del negro burgués subterráneo.

Después de una vida de cinco ó seis semanas, que le parece larguísima, la cantora cae de lo alto del árbol, extenuada por tanta música, tanta poesía, tanta embriaguez ruidosa. El sol seca su cadáver y los transeúntes lo aplastan con sus pies.

Las hormigas salen formando batallones de sus obscuros cuarteles, donde viven sometidas á una disciplina á la prusiana, obedeciendo á su emperador, como un pueblo laborioso, culto y metódico.

Van á saquear para enriquecerse; van á invadir otros hormigueros con el propósito de esclavizar á sus habitantes y que trabajen para los conquistadores. La razón de Estado guía sus correrías. ¡Por algo la fábula presenta á estas bestias como modelos de orden y buenas costumbres!

En su avance triunfal, la vanguardia del ejército encuentra á la caída cigarra, y los que vivieron de su trabajo vuelven á vivir de su muerte. Las patas y mandíbulas despedazan la rica pieza, la disecan, la tijeretean, la parten en migajas para almacenarla en el depósito de provisiones.

Muchas veces el poeta aún está en la agonía y sus alas baten el polvo con los últimos temblores. No importa. Su cuerpo se ennegrece cubierto por el tropel de enemigos. Lo despedazan en vida, tiran de sus miem-