Página:El príncipe de Maquiavelo (1854).pdf/26

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido validada
26
EL PRINCIPE

la España por evitar una guerra, responderé con lo que ya tengo dicho: que nunca debe dejarse empeorar un mal por evitar una guerra, pues al cabo no se evita, y solamente se dilata en daño propio. Si alegan otros la promesa que Luís había hecho al papa de concluir por él esta empresa, con la condicion de que quitaría todo el impedimento para su matrimonio [1] por medio de una dispensa, y que daría el capelo al arzobispo de Ruan [2]; mi respuesta se halla en un artículo inmediato, donde hablaré de la palabra del príncipe y de como debe guardarla.

Perdió, pues, el rey Luis la Lombardía, por no haber observado ninguna precaución de aquellas que toman otros al apoderarse de una soberanía que se quiere conservar. Nada menos estraño que semejante suceso, y nada al contrario mas natural, mas regular y consiguiente. Del mismo modo me espliqué en Nantes con el cardenal de Amboise, cuando el duque de Valentino (así era llamado comunmente el hijo del papa Alejandro) ocupaba la Romanía. Diciéndome este cardenal que los Italianos hacían la guerra sin conocimiento, le respondí que los Franceses no entendían maldita la cosa de política, porque, entendiendo algo, jamás hubieran consentido que la Iglesia llegase a semejante estado de grandeza. Luego se ha visto palpablemente que el acrecentamiento de esta potencia y el de la España en Italia, se le debe a la Francia; y no proviene de otra causa la ruina de la misma Francia en Italia. De aquí se deduce una regla jeneral que nunca o rara vez falla, y es la siguiente: El príncipe que procura el engrandecimiento de otro labra su ruina, porque claro está que para ello ha de emplear sus propias fuerzas o su habilidad, y estos dos medios que ostenta, siembran celos y sospechas en el ánimo de aquel que por ellos ha llegado a ser mas poderoso.

Exámen.

El siglo XV, en que vivía Maquiavelo, participaba aun de la barbarie de los antiguos tiempos. Entonces se prefería la funesta gloria del conquistador y aquellos heróicos hechos que asombraban por su osadía, a todas las verdaderas virtudes: a la justicia, a la bondad y a la clemencia. Hoy veo que, por el contrario, se estiman en mas los sentimientos humanos que todas las cualidades del conquistador, y nadie se cuida ya de alimentar con poéticas alabanzas esa sañuda pasion de la guerra, que ha causado con tanta frecuencia el trastorno de las naciones.

—Yo quisiera preguntar a los maquiavelistas, ¿qué razones puede alegar un hombre para engrandecerse y fundar su poderío sobre la miseria y la destruccion de otros hombres, ni como puede nadie conquistarse un nombre ilustre en la tradicion o en la historia, haciendo desgraciados a sus semejantes? Por muchas conquistas que haga un soberano, no hará mas opulentos ni mas ricos los estados que ya poseía, porque sus pueblos no sacan partido alguno de sus victorias, y se engaña a sí mismo el príncipe que crea por este medio aumentar

  1. Con Ana de Bretaña. Nardi dice con esto motivo que el papa Alejandro VI y el rey Luis XII, se servían mutuamente de lo espiritual para adquirir lo temporal: Alejandro a fin de conseguir la Romanía para su hijo, y Luis para unir la Bretaña a su corona. Véase la historia de Florencia. (N del T.)
  2. Jorje de Amboise, que administró la Francia reinando Luis XII, por el poderoso influjo que tuvo en las determinaciones de este monarca. Habiéndose propuesto suceder en el pontificado al papa Alejandro VI, y queriéndo valerse para este fin del crédito de César Borgia, hijo del mismo papa, indujo al rey a que le diese a este último el ducado de Valentino con una pension considerable, y se mostró en todo muy solicito favorecedor de los designios de su Santidad. Alejandro se valió de él para conseguir que Luis le ayudase a arruinar enteramente la familia de los Orsinis, que no merecía ser maltratada por la Francia; pero el cardenal persuadió al rey que no llegaría, como deseaba a recobrar el reino de Nápoles, si no daba aquel gusto al papa. Los Orsinis fueron luego sacrificados a las miras de una política tan torpe como insidiosa, y no por eso logró las suyas el cardenal después de la muerte del papa Alejandro. (N. del T.)