Estúpida como siempre, la bestia autoritaria empéñase todavía en justificar la empresa quimérica, en agrandar el abismo de aislamiento que separa los sexos y va convirtiendo la sociedad en una casa de fieras, inferiores a aquellas mismas del bosque. Porque leones y tigres están sujetos a la ley de amor, renegada por los humanos como si fuera un principio de esclavitud, un consentimiento de oprobio. No comprende que en esa aceptación de su aislamiento, la mujer sométese todavía a la fatalidad de las instituciones tiránicas, que esa lucha por los derechos políticos es un acto de fe en la miserable comedia parlamentaria, una alianza implícita con el orden; y lejos de apreciarlo así, empéñase en desengañar a la víctima, en precipitarla hacia los desenlaces que no busca y que están naturalmente fuera del orden como todas las actuales aspiraciones de libertad.
Yo no soy un feminista, desde luego. Entiendo que esta doctrina, lejos de procurar la dignificación de la mujer, sistematiza el desalojo de su posición augusta, obligándala a entrar en competencias imposibles cuyo resultado es la corrupción y la miseria. Por lo mismo que le atribuyo una importancia tan grande, como que sin ella no