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No tema usted nada — le dije —; es la resina.

¿Qué resina?

— El vino no se conservaría en los pellejos si no se le añadiese una cierta cantidad de resina, que impide que se corrompa. Esta mezela no lo hace agradable, pero ya ve usted que se le puede beber sin peligro.

A pesar de mi ejemplo, Mary—Ann y su madre se hicieron servir agua. El bandido corrió a la fuente y volvió en tres zancadas.

Ya comprenderán ustedes, señoras — dijo sonriendo, que el Rey no haria la tonteria de envenenar a personas tan caras como ustedes.

Y añadió, dirigiéndose a mí:

— A usted, señor doctor, tengo orden de hacerle saber que tiene usted treinta días para terminar sus estudios y pagar la suma. Le proporcionaré a usted, lo mismo que a estas señoras, recado de escribir.

— Gracias —dijo la señora Simons. Pensaremos en ello, dentro de ocho dias si no somos libertadas.

—¿Y por quién, señora?

¡Por Inglaterra!

— Está lejos.

— O por la gendarmeria.

— Es lo que yo le deseo. Mientras tanto, ¿desean ustedes algo que yo pueda darles?

— Ante todo, quiero una habitación para acostarme.

— Cerca de aquí tenemos unas grutas llamadas Los Establos. Pero estarían ustedes mal en ellas; durante el invierno se han encerrado allí los cor-