Cortó el pan con su puñal, y nos distribuyó de todo a manos llenas, recomendándonos que no nos quedasemos cortos. La señora Simons, sin interrumpir su labor manducatoria, le lanzó algunas altivas preguntas.
— Buen hombre, ¿acaso su amo ha creido seriamente que le pagaríamos un rescate de cien mil francos?
Está seguro de ello, señora.
Es que no conoce a la nación inglesa.
— La conoce muy bien, señora, y yo también. En Corfú he tratado a muchos ingleses distinguidos:
¡eran jueces!
— Le felicito a usted por ello; pero digale a ese Stavros que se arme de paciencia, porque esperará largo tiempo los cien mil francos que se ha prometido.
— Me ha encargado que les diga que esperará hasta el 15 de mayo, a las doce en punto.
—¿Y si no hemos pagado el 15 de mayo, a las doce?
—Tendrá el sentimiento de cortarle el pescuezo, lo mismo que a la señorita.
Mary—Ann dejó caer el pan que se llevaba a la boca.
Déme usted un poco de vino — — dijo.
El bandido le tendió la copa llena; pero apenas hubo ella humedecido sus labios, dejó escapar un grito de repu gnancia y espanto. La pobre criatura se imaginó que el vino estaba envenenado. Yo la tranquilicé vaciando la copa de un trago.