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¿Sigues, pues, bailando? ¿Y qué se hace en la Bolsa?

—Baja en toda la linea.

—¡Bravo! ¿Tienes cartas para mi?

—Sí; aqui las tienes. Fotini no estaba preparada, Te escribirä por correo.

—Un vaso de vino... ¡A tu salud, pequeño!

—¡Dios te bendiga, padrino! ¿Quién es este franco que nos escucha?

—Nada: un alemán sin importancia. ¿No sabes de alguna cosa que podamos hacer nosotros?

—El pagador general envia 20.000 francos a Argos. Los fondos pasarán mañana a la noche por las rocas escironianas.

—Alli me encontraré. ¿Hace falta mucha gente?

—Si; la caja va escoltada por dos compañías, —¿Buenas o malas?

—Detestables. Gentes capaces de dejarse matar.

—Llevaré a toda mi gente. En mi ausencia guardarás a nuestros prisioneros.

—Con mucho gusto. A propósito. Tengo las órdenes más severas. Tus inglesas han escrito al embajador. Llaman en su socorro al ejército entero.

—¡Y yo soy quien les he dado el papel! ¡Y después tenga usted confianza en las gentes!

—Al dar mi parte habré de tener esto en cuenta.

Les hablaré de una batalla en carnizada.

—Redactaremos esto juntos.

—Si. Esta rez, padrino, soy yo quien me llevo la victoria.

—¡No!