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¡Si! Tengo necesidad de ser condecorado.

—Lo serás otro dia. ¡Eres insaciable! ¡No hace más de un año que te he hecho capitán!

—Pero comprende, querido padrino, que tienes interés en dejarte vencer. Cuando se sepa que tu partida queda dispersa, renacerá la confianza, vendrán los viajeros y harás los grandes negocios.

—Si; pero si soy vencido, subirá la Bolsa, y yo juego a la baja.

—Si; no te faltarán cosas que decirme! Por lo menos, deja que te mate una docena de hombres.

—Concedido. Esto no perjudica a nadie. Por tu parte, es preciso que te mate diez.

—¿Cómo? A mi vuelta se verá perfectamente que mi compañía está intacta.

—De ningún modo. Los dejarás aqui; tengo necesidad de reclutas.

—En este caso te recomiendo al pequeño Spiro, mi ayudante. Sale de la escuela de los Evélpides; es instruído e inteligente. El pobre muchacho no cobra más que setenta y ocho francos al mes, y sus padres no viven bien. Si se queda en el ejército, no será subteniente antes de cinco o seis años: las escalas están abarrotadas. Pero si se distingue entre tu gente, procurarán sobornarlo y tendrá su nombramiento dentro de seis meses.

—¡Vaya con el pequeño Spiro! ¿Sabe francés?

— Regular.

— Acaso me quede con él. Si me conviniese, le daría parte en el negocio, seria accionista. Entregarás