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flexionar. Mis costumbres están en la ciudad; mi salud es delicada; los inviernos deben ser rudos en la montaña: ya estoy acatarrado. Mi ausencia seria advertida en todas las reuniones; soy muy solicitado por alli; a menudo me han propuesto excelentes matrimonios. Por lo demás, acaso el daño no sea tan grande como creemos. ¿Quién sabe si esos tres torpes habrån sido identificados? La noticia del hecho allegará antes que nosotros? Iré ante todo al Ministerio; olfatearé lo que haya por el negociado. Nadie vendrá a contradecirme, puesto que las dos compañías prosiguen su marcha hacia Argos... Decididamente, es menester que me encuentre alli; debo afrontar el peligro. Cuida de los heridos... ¡Adiós!

Hadgi Stavros se levantó; vino a colocarse delante de mi con su ahijado, al cual llevaba la cabeza, y me dijo:

—Caballero, aqui tiene usted a un griego de hoy; yo soy un griego de antaño. ¡Y pretenden los periódicos que vamos progresando!

Al redoble del tambor, los muros de mi prisión se separaron como las murallas de Jericó. Dos minutos después estaba yo ante la tienda de Mary—Ann. La madre y la hija se despertaron sobresaltadas. La señora Simons fué la primera en verme, y me gritó:

—¿Qué, partimos?

—¡Ay, señora, estamos muy lejos de eso!

—¿Qué ocurre, pues? El capitán nos ha dado su palabra para esta mañana.

—¿Qué le ha parecido a usted el capitán?

—¡Galante, distinguido, simpático! Acaso dema-