Página:El rey de las montañas (1919).pdf/165

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
161
 

yo estaba enamorado de su hija, si no habia interpretado en mal sentido mi turbación y mi timidez, si no había pronunciado la palabra matrimonio para obligarme a dejar traslucir mis pensamientos? Mi orgullo se sublevó contra una sospecha tan injusta, y le respondí con voz firme, sin mirarla, sin embargo, a la cara:

—Señora, si tuviese la fortuna de sacarla a usted de aqui, le juro que no seria para casarme con la señorita.

— Y ¿por qué? — jo con tono picado—. ¿Es que mi hija no lo merece? ¡Está usted gracioso de veras!

¿No es bastante bonita, o bastante rica, o de bastante buena familia? ¿La he educado mal? ¿Puede usted decir algo contra ella? Casarse con la señorita Simons, jcaballeríto!, es un hermoso sueño, y el más exigente se sentiría satisfecho.

—¡Ay, señora!—respondi—, me ha comprendido usted muy mal. Confieso que la señorita es perfecta, y que sin su presencia, que me hace timido, le diría qué admiración apasionada me ha inspirado desde el primer día. Precisamente por eso, no tengo la impertinencia de pensar que ningún azar pueda elevarme hasta ella.

Esperaba que mi humildad doblegaría a aquella madre fulminante. Pero su cólera no bajó ni de medio tono.

— ¿Por qué? — replicó—. ¿Por qué no merece usted a mi hija? ¡Respóndame!

— Pero, señora, yo no tengo ni fortuna ni posición.

EL REY DE LAS MONTAÑAS 11