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extranjera, y yo me apresuré a contársela con todos los detalles. Los buenos ejemplos no son nunca demasiado conocidos. Mary—Ann prestó a mi relato la atención más simpática y opinó que la princesa habia hecho bien, y que una mujer debe coger su dicha donde la encuentra. ¡Hermosas palabras! Los proverbios son la sabiduria de las naciones, y algunas veces su felicidad. Me hallaba lanzado por la pendiente de todas las prosperidades, y me sentia rodar hacia no sé qué paraíso terrestre. ¡Oh MaryAnn, los marinos que navegan por el Océano, no han tenido nunca por guia dos estrellas como tus ojos!

Estaba sentado delante de ella. Al pasarle un ala de pollo me acerqué tanto, que vi mi imagen reflejarse dos veces entre sus pestañas negras. Por primera vez en mi vida me encontraba guapo, señor mio. ¡El marco realzaba tanto el cuadro! Una idea extraña me cruzó por el pensamiento. Crei sorprender en este incidente una decisión del destino. Me pareció que la hermosa Mary—Ann tenía en el fondo del corazón la imagen que yo descubria en sus ojos.

Todo esto no era amor, bien lo sé, y no quiero adornarme con un sentimiento que nunca he experimentado, ni acusarme de haberlo tenido; pero era una amistad sólida que basta, me parece, para el hombre que debe constituir un hogar. Ninguna emoción turbulenta agitaba las fibras de mi corami interior me iba fundienzón; pero sentía que do lentamente, como un panal de cera al calor de un sol tibio.