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alemán no puede salir de apuros. ¡Si, pronto tendrá usted noticias mias!

Una vez que haya usted salido de aquí, no deje usted de presentarse por nuestra casa.

¡Oh, señora!

Y ahora ruegue usted a ese Stavros que nos dé una escolta de cinco o seis bandidos.

— ¿Para qué, Dios mío?

—¡Pues para protegernos contra los gendarmes!

VI

La evasión

En medio de nuestras despedidas se extendió alrededor de nosotros un olor aliáceo que me apretó la garganta. Era la doncella de las damas, que venia a mover la generosidad de éstas. Esta criatura habia resultado más incómoda que útil, y desde hacia dos días se le había dispensado de todo servicio. Con todo, la señora Simons sintió no poder hacer nada por ella, y me rogó que contase al Rey cómo habia sido despojada de su dinero. Hadgi—Stavros no pareció ni sorprendido ni escandalizado. Se encogió sencillamente de hombros, y dijo entre dientes: «¡Ese Pericles!... Mala educación... La ciudad... La corte... Hubiera debido esperar esto.» Y añadió alto: