Página:El rey de las montañas (1919).pdf/198

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
194
 

La falda de la montaña brillaba imperceptiblemente. De trecho en trecho notábanse algunas cavidades donde el agua habia quedado. Tomé nota de ellas: eran otros tantos sitios donde podia poner e pie. Volvi a mi tienda, cogi mi caja, que estaba colgada encima de mi lecho, y me la colgué a la espalda. Al pasar por el sitio donde habiamos comido, recogí la cuarta parte de un panecillo y un pedazo de carne, no mojados todavía por el agua. Guardé estas provisiones en mi caja para mi desayuno del día siguiente. El dique resistia, la brisa debía de haber secado mi camino: eran cerca de las dos. Hubiese querido llevarme el puñal de Basilio por si tenia un mal encuentro. Pero estaba debajo del agua, y no perdi el tiempo en buscarlo. Me quité los zapa tos, los até con los cordones y los colgué de las correas de la caja. Finalmente, después de haber pen:

sado en todo, de haber echado una última ojeada a mis trabajos hidráulicos, de haber evocado los recuerdos de la casa paterna y enviado un beso en dirección de Atenas y de Mary—Ann, eché una pierna por encima del parapeto, cogi con las dos manos un arbusto que colgaba sobre el abismo y me puse en camino, encomendándome a Dios.

La tarea era ruda, más ruda de que habia supuesto desde arriba. La roca, mal secada, me producia una sensación de frio húmedo, como el contacto de una serpiente. Había calculado mal las distan cias, y los puntos de apoyo eran mucho más escasos de lo que esperaba. Dos veces me equivoqué de camino, inclinándome hacia la izquierda. Fué preciso