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Rey, ocupado por algunos heridos, y bajé o, más bien, cai hasta el pie de la escalera de mi cuarto.

Las aguas se habían retirado, dejando manchas de fango en todos los muros y en todos los árboles. Un último charco quedaba todavia en el sitio de donde había arrancado el césped. Los bandidos, el Rey y el monje se hallaban de pie, en circulo, alrededor de un objeto gris y fangoso, cuya vista me puso los pelos de punta: era Basilio. ¡Que el cielo le libre a usted, caballero, de ver nunca un cadáver de su mano!

El agua y el barro, al escurrirse, habian depositado una capa a su alrededor. ¿Ha visto usted alguna vez una mosca grande que lleva tres o cuatro dias cogida en una tela de araña? La confeccionadora de las redes, viendo que no puede deshacerse de semejante huésped, lo envuelve en una madeja de hilos grisáceos, y los cambia en una masa informe y dificil de conocer: tal era Basilio algunas horas después de haber cenado conmigo. Le encontré a diez pasos del lugar en que me habia despedido de él. No sé si los bandidos le habían cambiado de sitio, o si él mismo se había movido en las convulsiones de la agonía; sin embargo, me inclino a creer que su muerte había sido dulce. Lleno de vino como se hallaba, ha debido sucumbir sin lucha, de alguna buena congestión cerebral.

Un murmullo de mal agüero saludó mi llegada.

Hadgi Stavros, pálido y con la frente crispada, salió a mi encuentro, me cogió por la muñeca izquierda, y tiró de mi tan violentamente, que por poco si no me desarticula el brazo. Me arrojó en medio del