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antes de morir, arriba se lo tendrán en cuenta; no me opongo a ello, » En cuanto a los socorros que le hemos quitado, no se apure usted. Con dos revólveres en las manos, y otros dos en los bolsillos, valemos cada uno por veinticuatro hombres. Hemos matado a éstos; ¡que vuelvan los demás! ¿No es verdad, Giacomo?

—Yo—dijo el maltés —mataría a golpes a un ejército de toros: ¡estoy de vena! ¡Y pensar que se ve uno reducido a sellar cartas con estos puños!

Mientras tanto el enemigo, vuelto de su estupor, habia reanudado el sitio. Tres o cuatro bandidos habian asomado la nariz por encima de nuestras murallas y visto la carniceria. Colzida no sabia qué pensar de aquellos tres energúmenos que golpeaban ciegamente a amigos y a enemigos; pero sospechó que el hierro o el veneno lo habian libertado del Rey de las montañas, y ordenó a sus secuaces que fuesen demoliendo nuestras obras de defensa.

Nosotros estábamos fuera del alcance de su vista, protegidos por un muro, a diez pasos de la escalera.

El ruido de los materiales que caian indicó a mis amigos que debian cargar sus armas. Hadgi—Stavros no se preocupó de ello, y dijo en seguida a John Harris:

—¿Dónde está Fotini?

—A bordo de mi buque.

—¿No le ha hecho usted daño?

—¿Cree usted que he seguido sus lecciones, para torturar muchachas?

S .