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Yo interrumpi en este punto el relato de John Harris.

—Bueno—le dije—, ¿y no admira usted a la pobre muchacha que le da semejante prueba de afecto y confianza?

—¡Vaya una cosa!—respondió él—; queria salvar a su honorable padre, y sabia bien que una vez rotas las hostilidades no se nos escaparia. Yo le prometi tratarla con todos los miramientos que un hombre galante debe a una mujer. Fué llorando hasta el Pireo, y yo procuré consolarla. Murmuraba entre dientes: «¡Soy una muchacha perdida!» Yo le demostrẻ ce por be que volvería a encontrarse. La vi bajar del coche y la embarqué en mi bote grande, el mismo que nos espera alli lejos. Escribí al viejo bandido una carta categórica y envié con la buena mujer un recadito para Dimitri.

Desde aquel momento la bella afligida disfruta de mi departamento, sin compartirlo con nadie. Tengo dadas órdenes de que se la trate como a la hija de un rey. Esperé hasta el lunes por la noche la respuesta de su padre, pero se me agotó la paciencia; volví a mi primer proyecto; cogi mis pistolas, hice una señal a mis amigos, y usted sabe el resto. ¡Ahora le toca a usted! Debe de tener mucho que contar.

—En seguida soy con usted—le dije—. Antes voy a decir dos palabras al oído a Hadgi—Stavros.

Me acerqué al Rey de las montañas y le dije por lo bajo:

—No sé por qué le he contado que Fotini sentia afecto hacia John Harris. El miedo debió de tras