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tornarme el seso. Acabo de hablar con él, y le juro por la cabeza de mi padre que ella le es tan indiferente como si no le hubiese hablado nunca.

El anciano me dió las gracias con la mano, y yo me fui a contar a John mis aventuras con MaryAnn.

—¡Bravo!—exclamó—. Yo encontraba que la novela era incompleta por faltarle un poco de amor.

Ahora hay mucho, pero esto no está mal.

Perdóneme usted—le dije—. No hay nada de amor en todo esto: una buena amistad por un lado, y un poco de agradecimiento por otro. Pero no es preciso otra cosa, me parece, para contraer un matrimonio bien avenido.

—Cásese usted, amigo mio, y admítame como testigo de su felicidad.

—Lo ha ganado usted bien, John Harris.

—¿Cuándo la volverá usted a ver? Daria cualquier cosa por asistir a la entrevista.

—Quisiera darle una sorpresa y encontrarla como por casualidad.

—¡Una idea! ¡Pasado mañana, en el baile de la corte! Usted está invitado y yo también. La carta le espera sobre la mesa en casa de Cristódulo. Hasta entonces debe usted permanecer a bordo de mi barco para reponerse un poco. Tiene usted el pelo tostado y los pies deshechos: hay tiempo de remediar todo esto.

Eran las seis de la tarde cuando el bote grande de la Fancy nos condujo a todos a bordo. Al Rey de las montañas lo subieron al puente. Fotini se echó