Página:El rey de las montañas (1919).pdf/33

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
29
 

Una imparcialidad tan prudente aumentó rápidamente su fortuna. Los pastores acudieron bajo su bandera, cuando se supo que con él se podía ganar en grande; su reputación le proporcionó un ejército. Las potencias protectoras de la insurrección tuvieron noticia de sus hazañas, pero no de sus economias; en aquel tiempo se veia todo por el lado bello.

Lord Byron le dedicó una oda, los poetas y los retóricos de Paris le compararon con Epaminondas, y hasta con el pobre Aristides. Bordaron para él banderas en el barrio de San Germán; le enviaron subsidios. Recibió dinero de Francia, lo recibió de Inglaterra y de Rusia; no quisiera jurar que no lo ha recibido jamás de Turquia. ¡Era un verdadero palikaro! Al final de la guerra vióse sitiado, con otros jefes, en la Acrópolis de Atenas. Habitaban en los Propileos, entre Margarytis y Lyrandas, y cada uno de ellos guardaba sus tesoros en la cabecera de la cama. Una hermosa noche de verano se derrumbó el techo, con tal acierto, que aplastó a todo el mundo, excepto Hadgi Stavros, que fumaba su narghile al aire libre. Recogió la herencia de sus compañeros, y todos pensaron que la habia ganado bien. Pero una desgracia, que no preveia, vino a detener el curso de sus éxitos: se hizo la paz. HadgiStavros, retirado al campo con su dinero, asistía a un extraño espectáculo. Las potencias que habian puesto a Grecia en libertad intentaban fundar un reino. Palabras malsonantes venían a zumbar en torno a los peludos oidos del viejo palikaro: se hablaba de gobierno, de ejército, de orden público.