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Cuando le anunciaro que sus propiedades estaban comprendidas en una subprefectura, se rió de muy buena gana. Pero al presentarse en su casa el empleado del censo para cobrar los impuestos, se puso serio. Echó al cobrador con cajas destempladas, no sin haberle desembarazado antes del peso de todo el dinero que llevaba consigo. La justicia.pretendió inquietarle; él tomó el camino de los montes.

Después de todo, se estaba aburriendo en casa. Comprendia hasta cierto punto que se tuviese un techo, pero a condición de dormir encima.

Sus antiguos compañeros de armas estaban dispersos por todo el reino. El Estado les había dado tierras; las cultivaban refunfuñando y comian de mala gana el amargo pan del trabajo. Cuando supieron que el jefe habia reñido con la ley, vendieron sus campos y corrieron a ponerse bajo sus órdenes. El, por su parte, contentóse con arrendar sus tierras, porque tiene cualidades de administrador.

La paz y la ociosidad le habían puesto enfermo. El aire, las montañas, le rejuvenecieron tanto, que en 1846 pensó en casarse. Había seguramente pasado de los cincuenta; pero los hombres de este temple no tienen que ver nada con la vejez; la muerte misma lo mira dos veces antes de emprenderla con ellos. Se casó con una rica heredera de una de las mejores familias de Laconia, y entró así en relación de parentesco con los más importantes personajes del reino.

Su mujer le siguió a todas partes, le dió una hija, cogió unas fiebres y murió. El educó a la niña por si