Página:El rey de las montañas (1919).pdf/45

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
41
 

cartas con un aire bastante distraido; bostezaba de vez en cuando con un candor americano, o silbaba Yankee Doodle, sin respeto por la concurrencia.

Creo que el relato de Cristódulo le habia impresio na lo y que su espiritu trotaba por el monte en persecución de Hadgi Stavros. De todas maneras, si pensaba en algo no era seguramente en el amor.

Acaso la muchacha tampoco pensaba en él, porque las mujeres griegas tienen casi todas en el fondo del corazón un buen pavimento de indiferencia. Sin embargo, miraba a mi amigo John, como mira la alondra a un espejo. No le conocía; no sabia nada de él, ni su nombre, ni su pais, ni su fortuna. No le había oido hablar, y unque le hubiera oído, no era capaz de juzgar si tenia talento. Ella veia que era muy guapo, y esto le bastaba. Los griegos de antaño adoraban la belleza; es la única de sus diosas que no ha tenido nunca ateos. Los griegos de hoy, a pesar de la decadencia, saben todavia distinguir un Apolo de un mamarracho. En la colección de M. Fauriel encuéntrase una cancioneilla que puede raducirse asi:

«Muchachos, ¿queréis saber?; muchachas, ¿queréis aprender cómo el amor entra en nosotros? Entra por los ojos, de los ojos baja al corazón y en el corazón toma raiz. » Decididamente, Fotini sabía la canción, pues abria mucho los ojos para que el amor pudiese entrar sin necesidad de bajarse.

La lluvia no dejaba de caer, ni Dimitri de contemplar a la muchacha, ni la muchacha de mi-