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Página:El sabor de la tierruca - 2da. edición (1884).djvu/10

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II
José M. de Pereda

comios, sino porque me mueve á ello un antojo, tenaz deseo más bien, ó quizás imperioso deber, nacido de impulsos diferentes. El motivo de que haya escogido esta ocasión ha sido puramente fortuito y no ha dependido de mí. Desde hace mucho tiempo tenía el propósito de ofrecer á aquel maestro del arte de la novela un testimonio público de admiración, en el cual se vieran confundidos cariño de amigo y fervor de prosélito. Cada nueva manifestación del fecundo ingenio montañés me declaraba la oportunidad y la urgencia de cumplir el compromiso conmigo mismo contraído; luego los quehaceres lo diferían, y por fin, solicitado de un activo editor, que incluye en su Biblioteca el último libro de Pereda, veo llegada la mejor coyuntura para decir parte de lo mucho que pienso y siento acerca del autor de las Escenas Montañesas; acepto con gozo el encargo, lo desempeño con temor, y allá va este desordenado escrito que debe ponerse al fin del libro, pero que, por determinación superior, se coloca al principio, contra mi deseo. Ni es prólogo crítico ni semblanza ni panegírico de todo tiene un poco, y has de ver en él una serie de apreciaciones incoherentes, recuerdos muy vivos y otras cosas quizás que no vienen á cuento; pero á todo le dará algún valor la escrupulosa sinceridad que pongo en mi trabajo y la fe con que lo acometo.

Veo que te haces cruces, ¡qué simpleza! pasmado de que al buen montañés le haya caído tal panegirista, existiendo entre el santo y el predicador tan grande desconformidad de ideas en cierto orden. Pero me apresuro á manifestarte que así tiene esto más lances, que es mucho más sabroso y, si se quiere, más autorizado. Véase por donde lo que se desata en la tierra de las creencias es atado en los cielos puros del Arte. Esto no lo comprenderán quizás muchos que arden, con stridor dentum, en el Infierno de la tontería, de donde no les sacará nadie. Quizás lo lleven á mal muchos condenados de uno y otro bando, los unos encaperuzados á la usanza monástica, otros á la moda filosófica. Yo digo que ruja la necedad, y que en este piadoso escrito no se trata de hacer metafisicas sobre la gran disputa entre Jesús y Barrabás. Quédese esto en lo más hondo del tintero, y á quien Dios se la dió, Cervantes se lo bendiga.