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Página:El sabor de la tierruca - 2da. edición (1884).djvu/11

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III
José M. de Pereda

Andando.

Conocí á Pereda hace once años cuando había escrito las Escenas Montañesas y Tipos y Paisajes. La lectura de esta segunda colección de cuadros de costumbres impresionó mi ánimo de la manera más viva. Fué como feliz descubrimiento de hermosas regiones no vistas aún, ni siquiera soñadas. Sintiéndome con tímida afición á trabajos semejantes, aquella admirable destreza para reproducir lo natural, aquel maravilloso poder para combinar la verdad con la fantasía y aquella forma llena de vigor y hechizo me revelaban la nueva dirección del arte narrativo, dirección que más tarde se ha hecho segura é invariable, obteniendo al fin un triunfo en el cual ha llevado su iniciador parte principalísima. Algunos de aquellos cuadros, principalmente el titulado Blasones y Talegas, produjeron en mí verdadero estupor y esas vagas inquietudes del espíritu que se resuelven luégo en punzantes estímulos ó en el cosquilleo de la vocación. Es que las obras más perfectas son las que más incitan, por su aparente facilidad, á la imitación. Luégo viene, como postrer diploma de su mérito, la mutilidad del esfuerzo de los que quieren igualarlas, y tratándose de aquella y otras obras de Pereda, hay que darles á boca llena y sin género alguno de salvedad el dictado de desesperantes. Son de privilegio exclusivo y... ¡Ay del infeliz que ponga la mano en ellas! No le quedarán ganas de volverlo á hacer.

Como iba diciendo, la lectura de estas maravillas, después de aquel pasmo que en mí produjo, infundióme un deseo ardiente de conocer el país, fondo ó escenario de tan hermosas pinturas. Suponía en él la misma originalidad, la propia frescura, gracia y acento de las Escenas, y figurábame que así como estas no tienen rival, aquel no debía de tener semejante en el ramo de países. Esto me llevó á Santander; el simple reclamo de un prosista fué primer motivo y fundamento de esta especie de ciudadanía moral que he adquirido en la capital montañesa.

En la puerta de una fonda ví por primera vez al que de tal modo cautivaba mi espíritu en el orden de gustos literarios, y desde entonces nuestra amistad ha ido endureciéndose con los años y acrisolándose ¡cosa extraña! con las disputas. An-