pacio. Podríamos también, en vez de abstraer la gravedad, considerarla — según es más exacto ante el principio de relatividad y sus pruebas adquiridas — una propiedad de la materia, que bajo ciertas condiciones, actúa en razón directa de las masas e inversa del cuadrado de las distancias. O todavía una recíproca solicitud de fuerzas, en determinada situación.
Llega el momento de apreciar ahora algunos resultados del raciocinio abstracto y de la experiencia inteligible que han modificado el concepto espacial, puesto que la intuición euclidiana tiene agotadas ya sus posibilidades y consecuencias; por más que, naturalmente, sigamos reconociendo su importancia, muchas veces capital, para la aplicación de las matemáticas.
El primero de dichos resultados concierne a la naturaleza del espacio mismo.
Ya lord Kelvin habíalo supuesto enteramente lleno de éter, para satisfacer la necesidad del sólido elástico impuesta por los fenómenos físicos al hipotético flúido en que se producen. Pero esta fluidez, que a su turno debe ser completa, formula una paradoja.
Valdría más decir, entonces, que el éter debe poseer algunas condiciones de sólido: ser, dialécticamente, un sólido de extensión ilimitada, y con ello, también, perfectamente informe. Poco después, la lógica impuso la identidad del espacio y del éter. El espacio volvíase inevitablemente material como