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LEOPOLDO LUGONES

trable por cualquiera. Carecerá de peso, al ser solamente enérgico. Su ilimitación condicionará la magnitud y el tiempo: la primera bajo el doble concepto de extensión y medida, el segundo bajo el concepto de continuidad. Será, asimismo, la suprema energía, de la cual resultará fracción toda manifestación enérgica apreciable por nuestros medios; y como es seguro que esas manifestaciones se agotarán un día a causa del rozamiento y de las transformaciones circulares, dicha energía, reabsorbiéndose en un equilibrio incondicionado y negativo para nuestra apreciación, pasará a otro estado en el espacio de Einstein: la superficie de curvatura constantemente variable.

La igualdad ya comprobada de la masa del cuerpo con su energía total, si se toma como unidad fundamental la velocidad de la luz, satisface una importante condición del espacio así concebido. Necesitamos, al propia tiempo, considerar al éter inmóvil o en estado de inercia. Einstein ha demostrado que el principio de relatividad comporta la inercia de la energía. Y hace cuarenta años, J. J. Thomson estableció que los cuerpos electrizados, a consecuencia de la energía electrostática de su carga, poseen una inercia suplementaria de origen electro-magnético. La auto-inducción de las corrientes es una verdadera inercia eléctrica. Por último, la transmisión de la luz exige al éter una rigidez semejante a la del acero, puesto que en ambos cuerpos es transversal la propagación de la onda elec-