39
Juguémosla al cachito, si usted quiere.
—¡Eso es! ¡Al cacho! ¡Al cacho! ¡Pero juguémosla entre todos! —argumento Baldazari.
En torno al mostrador se formó un círculo. Todos, y hasta el mismo Benites, estaban borrachos. Marino agitaba el cacho ruidosamente, gritando:
¿Quién manda?
Tiró los dados y contó, señalando con el dedo y sucesivamente a todos los contertulios:
-¡Uno, dos, tres, cuatro! ¡Usted manda!
Fue Leónidas Benites a quien tocó jugar el primero.
—Pero ¿qué jugamos? — preguntaba Benicacho en mano.
— ¡Tire no más! —decía Baldazari — ¿No está usted oyendo que vamos a jugar a la Rosada?
Benites respondió turbado, a pesar de su borrachera:
¡No, hombre! ¡Jugar al cacho a una mujer! ¡Eso no se hace! ¡Juguemos una copa!
Unánimes reproches, injurias y zumbas ahogaron los tímidos escrúpulos de Leónidas Benites, y se jugó la partida.
¡Bravo! ¡Que pague una copa! ¡El remojo de la sucesión!
El comisario Baldazari se ganó al cacho a la Rosada y mandó servir champaña. Machuca se le acercó, diciéndole:
—¡Qué buena chola se va usted a comer, comisario! ¡Tiene unas ancas así!. . .
El cajero, diciendo esto, abrió en círculo los brazos e hizo una mueca golosa y repugnante. Los ojos del comisario también chispearon, recordando a la Rosada, y preguntó a Machuca:
— Pero ¿dónde vive ahora? Hace tiempo que no la veo.