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—Por Poza. ¡Mándela traer ahora mismo!

— ¡No, hombre! Ahora no. Es de día. La gente puede vernos.

— ¡Qué gente ni gente! ¡Todos los indios están trabajando! ¡Mándela traer! ¡Ande!

—Además, no. Ha sido una broma. ¿Usted cree que Marino va a soltar a la chola? Si se fuera para no volver, sí. Pero sólo se va a Colca por unos días . . .

¿Y eso qué importa? Lo ganado es ganado. ¡Hágase usted el cojudo! ¡Es una hembra que da el opio! ¡A mí me gusta que es una barbaridad! ¡Mándela traer! ¡Además, usted es el comisario y usted manda! ¡Qué vainas! ¡Lo demás son cojudeces! ¡Ande, comisario!

—¿Y cree usted que va a venir?

—¡Pero es claro!

— ¿Con quién vive?

—Sola, con sus hermanas, que son también estupendas.

—Baldazari se quedó pensando y moviendo su foete.

Unos minutos más tarde, José Marino y el comisario Baldazari salieron a la puerta.

—Anda, Cucho —dijo Marino a su sobrino—, anda a la casa de las Rosadas y dile a la Graciela que venga aquí, al bazar, que la estoy esperando, porque ya me voy. Si te pregunta con quién estoy, no le digas quiénes están aquí. Dile que estoy solo, completamente solo. ¿Me has oído?

—Sí, tío.

— ¡Cuidado con que te olvides! Dile que estoy solo, que no hay nadie más en el bazar. Deja el caballo. Amárralo a la pata del mostrador. ¡Anda! ¡Pero volando! ¡Ya estás de vuelta! ...

Cucho amarró la punta de la soga del caballo a una pata del mostrador y partió a hacer el mandado.