Página:Elogio de Leonardo.djvu/8

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Leopoldo Lugones

gloriosa que de día se le abisma al infinito en el azul de las águilas, y de noche se le derrama en perlas por la garganta del ruiseñor. Aquella grande alma no sabe lo que es dormir. A semejanza de una estrella, cuando desaparece, no es que se apaga, sino que se anega en una luz mayor. Pero en aquella misma ligereza como ulterior del vuelo incansable, está vibrando la fuerza. El hueso neumático del ala, lleno de aire vivaz, que no de tuétano, dijéraselo una palanca que fuese una flauta. Así nuestros pastores serranos labran sus pífanos en el brazo del cóndor. Para comprender ese vigor, hay que haber oído zumbar el viento en las rémiges poderosas. Sesgado ante la ráfaga contraria, el pujante remo—para decirlo a la manera leonardesca—describe por su segmento la parábola tangente

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