mer culpable del espantoso error judicial que se ha cometido.
La nota sospechosa estaba ya, desde algún tiempo antes, en manos del coronel Sandherr, jefe del negociado de informaciones, que murió poco después de una parálisis general. Hubo fugas, desaparecieron papeles (como siguen desapareciendo aún), y el autor de la noța sospechosa era buscado cuando se afirmó a priori que no podía ser más que un oficial del Estado Mayor, y precisamente del cuerpo de Artillería; doble error manifiesto que denota el espíritu superficial con que se estudió la nota sospechosa, puesto que un detenido examen demuestra que no podía tratarse sino de un oficial de infantería.
Se procedió a un minucioso registro; examináronse las escrituras; aquello era como un asunto de familia y se buscaba al traidor en las mismas oficinas para sorprenderlo y expulsarlo. Desde que una ligera sospecha recayó sobre Dreyfus, aparece el comandante Paty de Clam, que se esfuerza en confundirle y hacerle declarar a su antojo. Aparece también el ministro de la Guerra, el general Mercier, cuya inteligencia debe ser muy mediana, el jefe de Estado Mayor, general Boisdeffre, que habrá cedido a su pasión clerical, y el general Gouse, cuya conciencia elástica pudo acomo-