yas deposiciones pesarían contra Dreyfus. Desconocemos aún sus interrogatorios, pero lo cierto es que no todos le acusaron, habiendo que añadir, además, que los veintitrés oficiales pertenecían a las oficinas del ministerio de la Guerra. Se las arreglan entre ellos como si fuese un proceso de familia, fijáos bien en esto: el Estado Mayor lo hizo, lo juzgó y acaba de juzgarlo segunda vez.
Así, pues, sólo quedaba la nota sospechosa acerca de la cual los peritos no estuvieron de acuerdo. Se dice que, en el Consejo, los jueces iban ya, naturalmente, a absolver al reo, y desde entonces, con obstinación desesperada, para justificar la condena, se afirma la existencia de un documento secreto, abrumador; el documento que no se puede publicar, que lo justifica todo y ante el cual todos debemos inclinarnos: ¡El dios invisible e incognoscible! Ese documento no existe; lo niego con todas mis fuerzas. ¡Un documento ridículo, sí; tal vez el documento en que se habla de mujerzuelas y de un señor D... que se vuelve muy exigente; algún marido, sin duda, que juzgaba poco retribuidas las complacencias de su mujer! Pero un documento que interese a la defensa nacional, que no puede hacerse público sin que la guerra se declare inmediatamente, ¡no, no! Es una mentira tanto más odiosa y