dichas enterrar en el mayor secreto? ¡No! Detrás de tanto misterio sólo se hallan las imaginaciones románticas y dementes del comandante Paty de Clam. Todo esto no tiene otro objeto que ocultar la más inverosímil novela. Para convencerse, basta estudiar atentamente el acta de acusación leida ante el Consejo de guerra.
¡Ah! ¡Cuánta vaciedad! Parece mentira, que con semejante acta, pudiese ser condenado un hombre. Dudo que las gentes honradas puedan leerla sin que su alma se llene de indignación y sin que asome a sus labios un grito de rebeldía, imaginando la expiación desmesurada que sufre la víctima en la Isla del Diablo. Dreyfus conoce varias lenguas; crimen. En su casa no hallan papeles comprometedores; crimen. Algunas veces visita su país; crimen. Es laborioso, tiene ansia de saber; crimen. Si no se turba, crimen. Si se turba, crimen. Todo crimen, siempre crimen... ¡Y las ingenuidades de redacción, las formales aserciones en el vacío! Nos habían hablado de catorce acusaciones y no aparece más que una: la nota sospechosa. Es más: averiguamos que los peritos no están de acuerdo y que uno de ellos, M. Gobert, fué atropellado militarmente porque se permitía opinar contra lo que se deseaba.
Hablábase también de veintitrés oficiales, cu-