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el fallo de vuestra coinciencia. Estoy seguro de que tomaréis en cuenta nuestros esfuerzos y que después de todo la luz que hicimos pueda ser bastante. Ya habeis oído a ios testigos; luego oireis a mi defensor, quien os referirá la verdadera historia, esa historia que enloquece a todos y que nadie conoce. Quedo tranquilo. La verdad se ampara de vosotros.

M. Mé ine creyó imponeros šu voluntad confiándoos el ihonor del ejército; y es precisamente el honor 'del ejército lo- que me hizo apelar a vuestra justicia. Desde aquí doy a M. Méline el mentís más formal; yo no he ultrajado jamás al ejército; al contrario, expresé mi ternura, mi respeto por la nación en armas, por nuestros queridos so!dados, que defenderán sicmpre el territorio francés. También es falso que yo ataque a los jefes, a los generales que han de conducirlos a la victoria. Si algunas individualidades de. las oficinas de Guerra comprometieron al ejército con sus manejos, i descubrir a los culpables es insultar al soldado? Antes bien es una obra de buen ciudadano arrancar el grito de alarma para que no se reproduzcan los errores, originando nuevas desdichas. Además, yo no me defiendo y dejo a a historia el cuidado de juzgar mi actitud. Pero afirmo que se deshonra al ejército cuando se consiente que los gendarmes fe-