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| tias con toda solemnidad. En cuanto a mí, deploro que haya tantos hombres de chispa y tan pocos de verdad y de liberal justicia.

Cada vez que veo a un muchacho soltar la carcajada para el placer del público, le compadezco, y siento que no sea bastante rico para vivir en la holganza, en lugar de reir de un modo tan poco digno. Pero no tengo compasión para los que rien siempre, sin derramar nunca una lágrima.

Les odio.

Odio a los estúpidos que todo lo miran con desdén; a los impotentes que dicen que nuestro arte y nuestra literatura mueren de muerte natural. Esos son los cerebros más vacíos y los corazones más secos, gentes enterradas en lo pasado que ojean con desprecio las obras vivas y calenturientas de nuestra edad de nulas y estrechas. Yo miro las cosas de distinta manera. Me preocupo poco de la belleza y de la perfección. Me burlo de los grandes siglos. Sólo me interesa la vida, la lucha, la fiebre. Me encuentro muy a mi gusto entre nuestra generación. Me parece que el artista no puede desear época mejor ni medio más adecuado. No hay ya ni maestros ni y las califican