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CRÓQUIS FUEGUINOS.

á los lavaderos por casualidad y se le echó á reir en las narices. Más vale no lo hubiera hecho.... Monseñor, enfurecido, le tomó del cuello con toda pulcritud, le alzó en el aire, y con su paso tranquilo y cadencioso, se encaminó al borde de la barranca para tirarlo abajo. Nos costó mucho sacárselo de entre las uñas, pués es como el cangrejo: cuando agarra no suelta!

Doblamos una punta que se presenta derrepente como una barrera opuesta al viento que corre sobre el canál, rizando apenas su superficie, impotente para levantar el oleaje y al contemplar mis ojos la hermosa bahia de Yandagáia, que se abre en el fondo y se esfuma allá, en las sombras que proyectan las montañas circunvecinas, noté a poca distancia del cútter un chorro de agua que se alzaba perpendicular, cayendo luego en graciosa curva brillante y 11egó a mis oidos, claro y distinto, un zumbido ronco y prolongado que me pareció el silbido de una sirena monstruosa llamando á los trabajadores de alguna fábrica oculta entre las fragosidades de la costa.

— ¡Vaya!.... —exclamó La Avutarda— Yandagáia está de fiesta... Hay una, dós, trés.... cinco ballenas á la vista.

— ¿Esas són ballenas?

— ¡Claro!... Y grandes!.... Són las que nosotros, en el lenguaje del oficio. llamamos fick-back, zambullidoras sin alma, que no frecuentan sinó aguas muy hondas!..... Estas andan de paseo, no mas. Fijate qué lindas són y qué coletazos los que pegan!.... Si nos acertaran uno, nos aventaban! Cada véz que sacan el hocico erizado de barbas, lanzan un bufido y dán un golpe con la cola, que retumba á veces como un cañonazo, y se vuelven á zambullir, echando esos chorros de agua que parecen un surtidor y que tienen como treinta métros de altura!

— Hay nueve ballenas y dos ballenatos á la vista. —dijo