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CRÓQUIS FUEGUINOS.

ñosamente proveen á su sustento. Todos los años vienen las mismas bandadas a hacer sus puestas en el mismo paraje, y en cada estación ván aumentando el rádio de la colonia. Las hembras mas viejas superponen sus nidos en capas paralelas, y las más jóvenes ocupan el terreno nuevo. Estos ponederos parecen celdas de un panál colosál y los nidos están revestidos interiormente de un finísimo plumón que, más tarde, servirá de cobija á los polluelos que nacen implumes, apenas cubiertos por una pelusa amarilla, cási dorada.

En médio de una colonia de pengüines, no irá á establecerse seguramente áve alguna: las gaviotas, los gaviotines y demás pájaros del mar, anidarán quizás en el mismo paraje, pero completamente aparte.

Se costean á hacer su puesta al mismo islote ó roquería, desde distancias inmensas, y esta continuidad explica las montañas de detritus que llegan á formar y que se conocen con el nombre de huaneras: se calcula que cada año levantan una pulgada el nivél de cada ponedero.

Cuando se intenta tomarles los huevos ó los pichones, el pengüin, irguiéndose, les oculta en una especie de bolsa que forma con el plumaje del pecho y vientre —que es espeso y cási compacto— con la cola y las patas, disponiéndose á defenderlos á picotazos y á chillidos que ensordecen.

Su grito es especiál é inconfundible: de cerca, tiene algo de ladrido, si se le oye aislado, pero de léJos y cuando toda la bandada lanza sus notas, parece un coro de rebuznos.

Según Calamar, todos los pengüines no són gritones: este es un oficio especiál, una dignidad en cada bandada y cuando se reunen dós de éstas ó hay alarma, entonces los voceros ó los parlamentarios tienen el privilegio exclusivo de hacerse oir.