á hacer de noche, en la punta que mira para Isla Nueva, que es la más alta y dónde hemos de desembarcar. En cuanro demos la paliza, yá empezaremos á llamar: ahi no conviene perder ni un minuto... Ya sabes, Avutarda, nada de demoras ni de bajadas á tierra¡ conforme veas las señales, te largas!
—¡Hombre!.... ¡No faltaba más!... ¡Ni aunque hubiera diéz escuadras en Puerto Toro, me quedaba!
—No: es que aquí no es como en otras partes en que el hambre es el que corre,-agregó Oscar.—Felizmente lo llevamos a Matías, que tiene buenos bifes!. Es que es el mar que nos va á barrer cómo se barrió á La Araña véz pasada.
—¿Los bifes?—dijo Matias.—Esos són duros... Hace seis años estábamos una véz perdidos afuera de Diego Ramirez y nos tuvimos que rifar: á mi me tocó la mala, pero me salvé porqué esa tarde nos recogió por casualidad un barco chileno .... Lo que es el hambre, ¿eh?... ¡Qué cosa bárbara!
— Todo es iguál cuando uno vé que se le vá el pellejo.—añadió Smith con su tono sentencioso: el asunto es salvarlo.
Al caer la tarde fondeamos en la punta de un muellecito hecho por el subdelegado y á la madrugada ya estábamos en disposición de zarpar, teniendo abordo no solamente á los dós compañeros nuevos, sinó también la leña, el agua y los bastones para la paliza—unos gruesos garrotes nudosos, única arma que es eficaz contra los anfibios.
—¿No vendrá á bordo el subdelegado?—interrogó Calamar.—Catalena y yo tenemos con él una cuenta vieja...
—¡No señor!...—dijo Rodriguez:—el subdelegado está enfermo. Los otros días se andaba bañando y lo tuvo mál un tiburón, ahí afuera de la rompiente!... La impresión, talvéz, le hizo daño!