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EN EL MAR AUSTRÁL

las conservas necesarias para alimentarnos trés días, pués el éxito de la expedición dependía de que los lobos, que són muy vigilantes y desconfiados, no sintieran nuestra presencia, nos internamos y fuimos á ponernos al acecho entre una caverna que Smith conocía y que si bien era peligrosa en caso de marea muy alta ó de tormenta, nos resguardaba de la intemperie y nos permitía observar con relativa comodidad.

El cútter, montado por La Avutarda, Oscar y Gin-Cocktail se alejó rápidamente con viento de popa y nosotros, silenciosos, con el alma llena de angustias, pués quedábamos perdidos en médio del mar inmenso, seguimos con la vista su vela pequeña hasta que se perdió en el horizonte lejano.

Entonces conocí por propia experiencia la vida de estos hombres que diariamente confían su existencia á la suerte caprichosa y comprendí su sensualismo estrecho, sintiendo horrorizado el vacío inexplicable que parece dejar en el espíritu la conciencia de que uno está abandonado en un miserable repliegue de la tierra y á voluntad de aquel océano que ruge acompasada y lúgubremente. Recién me dí cuenta con claridad de cómo y porqué se llega en la vida del lobero á eliminar en absoluto del espíritu la idea del peligro, innata en el hombre.

Y si ese débil barquito que lleva sobre su cubierta los únicos trés hombres que en el mundo conocen nuestra situación, sufriera un accidente?... ¿Si se hundiera? Más vale no pensarlo....

—¿Qué es eso?—¿Cañonazos?—dije derrepente, volviendo en mí de la abstracción que me dominaba, despertado, puede decirse, por un codazo de Matias, que me pasaba la botella de guachacay con que ellos se habian entonado.

—No,—me replicó Smith á média vóz: es el mar no más.