Ese día lo pasé con el inglés, que en balde recorrió todos los puntos que conocía por referencias, como paradero
habitual de prestamistas y negociantes de río revuelto, de
«socios dormilones», como designan en la región á los que
corren, solamente con su capital, los riesgos de las operaciones provechosas que se desarrollan, allá, en las soledades de los canales fueguinos ó entre las roquerías salvajes del mar austrál.
No encontró nadie que quisiera fiarle un centavo á la empresa que, con los trés compañeros que me había anunciado y yo, se proponía llevar á cabo y que no era otra que ir á dar una paliza —como se dice en la jerga regionál, á la caza de lobos marinos— y luego á lavar oro en un paraje que él decía conocer y de donde había sacado el capitál suficiente para comprar el cútter que con bandera chilena cabeceaba a la derecha del muelle.
Este constituía, según lo afirmaba, todo su haber en el