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EN EL SIGLO XXX.

á sus amados vástagos, y concluir por quedarse extasiada, silenciosa, muda, encantada de aquellas claras inteligencias y de aquellas fáciles memorias, que todo lo retenían y lo recordaban sin esfuerzo. Entonces eran ellos quienes la llamaban al orden y la hacían que tuviera más cuidado y más atención. ¿Por qué se distraía? Y ante aquella encantadora é inocente pregunta, Parelia concluía por abrazarles y besarles íntimamente conmovida, con locura!

Pues bien, en aquel momento, que Parelia jamás quería interrumpir, vino justamente á distraerla el prolongado tintinabuleo de uno de los timbres eléctricos de la casa. Seguramente el que daba á la avenida. En consecuencia álguien llamaba. Su pensamiento vino á confirmarlo la presencia de la vieja criada Confianza. Buscaban á la señora, según la dijo, dos damas ricamente vestidas, muy perfumadas y por demás elegantes. Parecían bien hermosas en medio de sus encajes y con sus enormes sombreros; pero, en los ojos de aquellas dos señoras, se notaba un algo extraño, como el que presentan las que recién se acaban de levantar después de una noche de jaleo ó por un exceso de pinturas y de afeites. Y la presentó la dorada esquela que le había entregado la de más edad, que se decía amiga de la señora. Con gran pesar tuvo Parelia que abandonar su entretenida tarea para ir á recibir á aquellas dos damas, que no acertaba á imaginar qué sería lo que deseaban. Cuando se hubo interiorizado del contenido de la tarjeta, al llegar al pie reconoció el nombre y el apellido de su dueña. ¡Por qué la vendrían á incomodar!—pensó contrariada.